ASOCIACIÓN DE MADRES DE NIÑOS, NIÑAS Y ADOLESCENTES PITIYANQUIS CAPÍTULO: VENEZUELA

Al enterarme que ha sido fundada la AMANIPI (Asociación de Madres de Niños, Niñas y Adolescentes Pitiyanquis) me trasladé a la residen­cia de Doña Chiquita Purapinta de Alcahuet, Presidenta de la Asocia­ción. En su muy cuchi recibo de muebles de estilo colonial finlandés, importados de Magdaleno, Estado Aragua, la encontramos discutiendo con su vecina Sifri Chochaid de Cabronis sobre los trámites para depositar dos mil bolívares fuertes en el Colegio Mi Pequeña Pinguita y diez mil bolívares en el Liceo Almas Superiores a fin de reser­var matrícula para su último retoño, que apenas está en el quinto mes de gestación.

…El pitiyankismo debe ser prenatal —nos explica— si queremos sembrarlo con raíces indestructibles, desde su llegada a la Clínica más costosa en su área de Ma­ternidad, el bebé debe poder apantallar a sus compañeritos de guardería con un acto de patanería apoyada en el dinero. Un estruendo nos interrumpe. Los otros niñitos de Doña Chiquita y Doña Sifri discuten enseñándose sus carnets infantiles de clubes de playa.

—Cágate -grita Ricky Martin Alcahuet por su mini radio, enseñando un carnet de Playa Azul.

—Ay pupú, estás de lo más tuky, —le contesta Chayanne Maná retrucándole con su carnet de Pampatar.

Hillary Mimí Cabronis los remata a todos enseñándoles su pasaje en primera para Disneyworld. Esto provoca una explo­sión de llanto.

—Están imposibles —se excusa Doña Chiquita— desde que todo el mundo tiene DVD, Ipod, Internet, DS, XBox ya no quieren ni verlos ó jugarlos.

Usando como amplificadores sus máscaras de los Power Rangers, los niñitos empiezan un coro ensordecedor: ¡Estamos aburri­dos! ¡Estamos aburridos! ¡Estamos aburridos! Doña Chiquita trata de calmarlos arrojándoles billetes de gruesa denominación para que salgan a comprar helados de una camioneta que suena su campana, pero es en vano: antes de que podamos formular nuestra primera pregunta a Doña Chiquita, los niñitos regresan empatucados de mantecado, chocolate y quién sabe qué más y mostrando su aburrimiento siguen gritando: ¡Estamos abu­rridos!

Cuando amenazan con espicharle los cauchos al motor home de la familia, Doña Chiquita accede a sacarlos a pasear en el Camaro 2009 comprado en el exterior con la ayuda de un diputado.

Inmediatamente los niñitos lloran porque toda la ropa de marca comprada la semana anterior está demasiado vieja y toda la ropa comprada ayer está demasiado nueva. Doña Chiquita llama a la criada para que los vista como a ellos les parezca y finalmente partimos. Los niños asimilaban una comparsa muy colorida de enanos, con las combinaciones que hicieron.

El Camaro pre-programado con el GPS y órdenes de satélite se detiene automáticamente frente a un Centro Comercial. Los niñitos salen disparados para el cine.

—Bravo —los aplaude Doña Chiquita— ya corren instintivamente hacia la sala de estreno. En el vestíbulo arrasan con todos los dulces importados. Co­mo me dan ñañaras los costos de los chicles por metros, Doña Chiquita me dice: —Eso es nada —explica—. Fíjese que han elegido la película con intermedio, para poder repetir la gracia a mitad de función.

A la salida del cine somos arrastrados hacia la Feria de Comida del Centro Comercial. Ricky Martin pide langosta termidor en una tienda; como no venden esas cosas, pide la especialidad de la casa no sin antes mentarle la madre al pobre muchacho que está allí trabajando de cajero y todero para pagarse el tecnológico.

Chayanne Maná pide pizza con muchas anchoas y Hillary Mimí sándwich de pavo en pan integral y refresco dietético. A ninguno les gusta lo que pidieron e inician una guerra de comida contra todos los que están cercanos, envalentonados como toda gente con dinero.

—Es que piden guiándose por los precios —nos aclara orgullosa Doña Chiquita, mientras paga la cuenta con una tarjeta Mast-i-Card.

— Con ésa no, mamá, con ésa no, ¡no seas galla! —grita Ricky Martin, pa­lideciendo.

—Era una prueba —dice Doña Chiquita, tranquilizando a su reto­ño, mientras saca otra tarjeta dorada.

—Fíjese como ya saben distinguir entra las que tienen límite y no tienen límite de cré­dito —me dice picara, guiñando un ojo.

Pero ya un nuevo escándalo me deja con la pregunta a flor de labios - ¡Los skates! ¡Los skates! (imposible dijesen “las patinetas”, al menos)-grita Hillary Mimí, seguida por toda la banda, que toma por asal­to una tienda de artículos deportivos.

—Pero, ¿no tienen todos patinetas en la casa? —pregunté recordando haberlas visto cuando rodé con ellas al entrar a su casa.

—Esas son del modelo para mamas pendejas, que no lo con­sultan a uno -dice orgulloso Ricky Martin- , mientras elige 2 ruedas de Kriptonita a Bs. 190 cada una, los correspondien­tes generadores a 230 bolívares por unidad, los elevadores a 135 bolívares cada uno, varios protectores de puntas a 80 bolí­vares, una tabla plástica de 500 bolívares y un puñado de cal­comanías de diez bolívares cada una. Para sacar el total, exi­gen que les sea comprado una mini-laptop en la tienda de al lado.

Sigue una pelea sobre quién gastó mas. Hillary Mimí, la perdedo­ra, llora a grito pelado hasta que Doña Chiquita promete consolarla mandándola a hacer un aparato de ortodoncia de platino igual al del vecinito de enfrente.

Ante la aglomeración de madres que se han agrupado para apantallarse con los totales de la registradora, la líder termina con una arenga exigiendo el envío obligatorio de niñitos a los campamentos de veraneo en Ca­nadá y la introducción de la tarjeta de crédito infantil.

Como reivindicaciones adicionales, pide el lanzamiento de nuevos ju­guetes en serie especiales para la clase alta nacional, la creación de cursos de estilo y superioridad con aires emotivos en las guarderías y preescolares, talleres para el mejor provecho a la malacrianza infantil como forma de crear adultos tipo “Raza Aria” y la cátedra de administración de la escasez y crisis económica con criterio de abundancia.

También incluyó una solicitud a la Asamblea Nacional para que las necesidades impuestas sean exclusivas de quienes más tienen, así los pobres no gastarían más que en comida y esas menudencias y retazos que usan de ropa y accesorios y le dejarían a quienes pueden pagar, lo mejor. Ello lo haría a través del Consejo Comunal “Paris Hilton” de su jurisdicción.

Finalmente, Doña Chiquita se pone la orden de este servidor para responder sus preguntas, pero estoy tan anonadado que no encontré pregunta alguna que for­mularle. El dolor de estómago y de bolsillo al ver tales desmanes, tampoco me lo permitieron.

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