Reuniones Peligrosas (de @OtrovaGomasReal)

Texto y fotos de O.Gomas
(Reedición del libro "La Miel del Alacrán")
 
Hace varios años tuve ocasión de presidir una reunión bastante peculiar. Tal vez sea difícil explicar y, sobre todo que otros puedan comprender lo que allí ocurrió, lo que se dijo, y el desolador efecto que dejo en mi espíritu aquella extraña junta. Un encuentro que en lo más profundo de mi alma no deseaba, pero debo reconocer que era indispensable que ocurriera.
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 No fue una reunión corta, ni amistosa, o el simple cambio de opiniones que yo esperaba de un encuentro de tal naturaleza. Muy por el contario, se volvió un intercambio de reproches, hubo insultos de los más jóvenes y respuestas groseras de mi parte que nunca hubiese querido proferir. Si bien deseaba un dialogo, resultó una diatriba. Si esperé aclarar conceptos y conductas, lo que nos quedo fue una tremenda confusión. Si quise convencer y dar explicaciones, termine imponiendo mi voluntad a seres incapacitados para hacerlo. Pasado el tiempo, debo reconocer muy a mi pesar que en lugar de la paz de conciencia colectiva que soñé, quedamos molestos los unos con los otros.

Lo lamentable es que haber logrado la reunión no fue algo fácil. Hubo necesidad de largos ejercicios mentales, el asesoramiento de un espiritista, de un mago amigo, y hasta someterme a procesos hipnóticos durante casi dos meses.

La reunión, fijada para las cuatro de la tarde, hora de mi nacimiento, se inició con un poco de retardo porque tres de los invitados no llegaron a la hora convocada. Deseando ser amable, para la solemnidad del acto prepare unos canapés, acompañados de whisky para los adultos y torta, dulces y refrescos para los muchachos. El ambiente de la habitación, que lo quise neutro, era todo blanco, con una mesa en el centro, sobre la cual, frente a cada silla se hallaban una libreta, un lápiz y un vaso con agua. Pegada a la pared estaba la mesa del buffet, en los que se colocaron los platos y la cubertería que fuera de mi madre para darle cierto calor sentimental y, tratar que el peso de los recuerdos familiares prevaleciera en el ambiente.

Fui el primero en llegar y casi a las seis de la tarde ya estaban todos mis otros invitados. Éramos cinco personas en total. Me hacían compañía: un muchacho de ocho años, inteligente, precoz, muy ordenado y bastante reflexivo para su corta edad. A su lado estaba un adolescente de diez y seis, jovial, bromista y enamoradizo, al que sabía amigo de todo tipo de aventuras. En el otro extremo de la mesa se sentó un joven de veintitrés años, estudioso, de profundas convicciones revolucionarias, al que debo reconocerle una insaciable sed de justicia y sabiduría, así como su disposición ilimitada hacia todas las formas del peligro. A su diestra se encontraba el último de mis invitados; un hábil abogado de cincuenta años, un poco cínico, trabajador infatigable, amigo de la diversión, los viajes y la buena vida, empedernido amante del arte, del buen vino y las mujeres.
Al inicio de la reunión, como era de esperarse, se sintió una clara desconfianza entre el grupo, lo cual en consideración a mis responsabilidades como organizador y por ser el más viejo, me obligó a realizar un gran esfuerzo para mitigar. Antes de seguir adelante, debo aclarar que lo especial de esa reunión no era el ambiente pesado ni la tensión que existía entre los presentes, sino un hecho poco frecuente en la historia de las reuniones: las cinco personas presentes no eran ajenas entre sí. Gracias a los efectos de las sesiones preparatorias que he narrado, se estaba llevando a cabo una reunión conmigo mismo. Yo era todos ellos, solo que a diferentes edades de mi vida.

El objetivo de aquel encuentro no fue pasar un rato amable para recordar anécdotas o momentos relevantes del pasado. Su razón era hacer un balance de lo que habíamos realizado a través del tiempo las distintas personas que fuimos cada uno de nosotros. Sería una rendición de cuenta a los más jóvenes, de lo que los mayores hicimos con su esperanzas e ilusiones, a la vez que la recriminación a ellos por lo que habían hecho por falta de experiencia o insensatez.

Lamentablemente el desarrollo de los acontecimientos se escapó completamente de mis manos. Si bien al principio hubo una atmósfera cordial en que se intercambiaron recuerdos y hasta hubo bromas, no pude evitar que al final, los más jóvenes atacaran a los adultos con terribles acusaciones, y estos les amonestaran condenándoles la osadía que estaba oculta tras aquella irreverencia.

A pesar de que se conservó entre nosotros un hilo unificador sobre la comprensión del mundo, la reafirmación del amor por el conocimiento y la belleza, así como todos coincidimos en una permanente vocación hacia la acción y a la aventura, constatamos que éramos seres muy distintos. Había diferentes metas y objetivos, al igual que era diferente la manera de comportarnos.

En uno de esos momentos de fuertes discusiones, poniendo un montón de fotos sobre la mesa, le recriminé a los jóvenes el haberse enamorado de tantas chicas sin cualidades especiales, pero estos me acusaron de la actual obsolescencia e incapacidad para despertar pasiones. Una agria pelea se desato entre el revolucionario y el abogado, a quien el primero atacó sin clemencia acusándolo de engavetar ideales en beneficio del placer y bienestar personal, para que luego este lo apabullara, dejándolo en ridículo ante los otros por su falta de claridad sobre la naturaleza de la sociedad y sus errores políticos, que solo le llevaron a perder el tiempo.

Seis horas más tarde la tormentosa reunión llego a su fin. Concluimos llegando apenas al acuerdo de convocarnos para dentro de diez años, esperando contar con la presencia de una persona más equilibrada y objetiva que trate de dirimir las discrepancias que ahora nos separan, esto, como es de pensarse, con las lógicas reservas de los más jóvenes, que amenazaron con ni siquiera dirigirnos la palabra si el próximo invitado iba a seguir en mi camino.

Terminada la reunión  y habiéndose disuelto el grupo, me quede solo, pero confieso que con la impresión de que en ella había estado alguien más, un sexto personaje escondido entre las bambalinas, a quien le debe haber dado risa las consecuencias que puede tener la audacia de enfrentarnos a lo que hemos sido en el pasado.

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