LA FELICIDAD (de @OtrovaGomasREAL)

Autor: Jaime Ballestas - Foto: Himself

Aunque los valores inmorales  son más  abundantes que los morales, en ética siempre  se ha planteado una pregunta fundamental: ¿Cuál es el bien supremo?

Casi todos los pensadores coinciden  en que el bien mayor es la felicidad, solo que el concepto de felicidad varía según lo que cada uno piense en que consiste;  para algunos es el placer, para otros radica en el bienestar, y hay quienes lo consideran la contemplación; ella puede referirse a la sociedad  o al individuo, creando así una amplia gama de posibilidades.

Una definición adecuada para orientarse es aquella del profesor David García Bacca, que dijo:

“La felicidad es un estado que exige que no nos aflija ningún mal, que tengamos todos los bienes, que los tengamos con seguridad y que estemos asegurados contra todos los males”.

Pero los criterios  han variado mucho según sean los tiempos y los lugares en que se ha planteado la pregunta. Solo a título de muestra,  entre los antiguos griegos tenemos la opinión de  los estoicos, para quienes la felicidad era la sabiduría y la contemplación, valores que estaba por encima de los bienes materiales. Algo que en estos tiempos sería  mal visto, ya que la sabiduría en países como el nuestro no constituye un bien y a toda persona amante de la contemplación se le considera  como un idiota ajeno a la realidad.

Para los epicúreos la felicidad radicaba en el placer;  pero no el placer material, sino el placer espiritual y afectivo. En su ética la esencia de la vida perfecta está en la liberación de los dolores del cuerpo y los problemas del alma, lo que se logra con la autarquía, es decir, la ausencia de los temores, los dolores y las penas que nos rodean;  El hombre sabio busca y logra ese equilibrio perfecto con  la supresión de la ansiedad y la turbulencia de los deseos: es feliz quien sabe ordenar los  goces materiales y logra la armonía física y anímica,  incluso vencer el miedo a la muerte. De Epicuro fue la sabia reflexión: si estamos vivos la muerte no existe y no hay que preocuparse por ella y si estamos muertos no existimos para tener que preocuparnos por el tema.

Para los cínicos en la Grecia antigua la felicidad radicaba en vivir según la virtud,  Lo que los hombres llaman bienes y placeres, para  ellos son males. Por esto debemos saber liberarnos de las necesidades que nos esclavizan y de todo vínculo y dependencia social,  bastándonos a nosotros  mismos como fuente de la auténtica felicidad. 

Aristóteles, el gran doctor en sabiduría de la época concluyó que la felicidad es el bien supremo del cual dependen todo los otros.  Si se determina cual es el deber propio del hombre se sabe en que consiste, ya que cada quien solo es feliz cumpliendo bien su misión. Esto transforma la felicidad  en virtud, y cambia su búsqueda en la búsqueda de la virtud. Según el estagirita  hay dos virtudes fundamentales: el ejercicio de la razón, que es la  virtud racional  y el dominio de la razón sobre los  impulsos sensibles, que es la virtud moral. 

La virtud moral radica en saber escoger el justo medio a la hora de seleccionar lo que es apto para nuestra condición excluyendo los extremos  viciosos que pecan por exceso o por defecto. 

Graves dificultades tendría el griego para hacer comprender a la gente en nuestros días de que deben ser racionalmente equilibrados cuando el bombardeo televisivo valora y llama con trompetas a los excesos, a la desmesura y a romper los límites.

Para los religiosos la felicidad  es la unión con Dios. El amor, la identidad con el señor y el servirle de manera desinteresada son el bien supremo al que puede aspirar una persona.  Fuera del hecho innegable de que con la excepción del equipo musulmán cada día hay mayor ateismo e  indiferencia al tema religioso, los creyentes en dios tal vez en su ingenuidad sean de los seres más felices que hay sobre la tierra,  en especial porque en casi todas las religiones  hay una extensión de la vida en el más allá donde  los devotos pueden llegar para disfrutar de la felicidad suprema: El paraíso, el cual como es lógico por la gran demanda de interesados en tener visa  ha llevado a las iglesias a realizar escogencias rigurosas y evitar una superpoblación que le quitaría sus bondades.

En la misma corriente de identificación de felicidad con placeres materiales, está la Escuela de la  “Satisfacción Inmediata de las Necesidades Extremas” que  considera que la felicidad auténtica está en tomarse un vaso de agua fría cuando se tiene sed, comer con mucha hambre, fornicar la primera vez con una persona que nos atrae enormemente, quedarse durmiendo cuando se tiene sueño, salir de una cola de tránsito, etc. Tal vez cosas discutibles desde el punto moral, y mucho más cerca del placer material extremo que de las virtudes supremas del espíritu.

Un filósofo muy sabio  llamado Bertan Russell, acotaba: el secreto de la felicidad es procurar  que los intereses en la vida sean lo más amplio posibles y tratar de que las relaciones con las personas y las cosas  que nos interesan sean cordiales en lugar de hostiles.

FELICIDAD MODERNA
En los días que corren,  para la mayoría de las personas la felicidad radica en la posesión del dinero, que es el medio de obtener cualquier bien que ellos piensan que produce felicidad, en especial la capacidad de poder ir a restaurantes de lujo, viajar, comprar objetos electrónicos, carros y toda la inmensa gamas de objetos que venda el neo-capitalismo chino. Aunque todas las escuelas éticas serias se oponen  a este criterio, sus defensores dicen que si el dinero no es la felicidad por lo menos permite alquilarla.

De allí que solo cada uno de nosotros  pueda determinar que lo hace dichoso, pero a título orientador para los confusos estamos en la obligación de  decir que una vida feliz  requiere de cinco pilares fundamentales: la salud, la seguridad económica,  la conformidad consigo mismo, muchos intereses que ocupen positivamente nuestro tiempo y vivir en armonía con lo que nos rodea. Si falta uno se es infeliz aunque se piense lo contrario.

Lo difícil no es saberlo, sino  la  capacidad de entender en donde se hayan dichos bienes y la disciplina necesaria para lograrlos  y conservarlos de manera permanente.

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