La actitud de Simón Bolívar El Libertador cuando no estaba
combatiendo; su tranquilidad y empatía con quienes le rodeaban, que sumado a su
agudeza mental, le hacían un hombre socialmente agradable, romántico y lleno de
humor positivista y galante.
El padre de la patria venezolana,
Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios, mejor conocido
como Simón Bolívar “El Libertador” (en algunos países europeos se le pronuncia
Bólivar), ha sido el hombre más integro e integral que la historia patria haya reconocido,
sin con esto decir que no hayan millones de personas desde el principio de
nuestros tiempo y a futuro, con similares características, pero si hay algo es
que de él, no hay discusión de su nobleza y empuje.
Algo que muy poco he visto reseñado en
los libros de historia, quizás por aquello de
no ser
importante para muchos autores que ni atención le
dan o el común denominador que estigmatiza la seriedad como única forma de
realizar acciones nobles, creíbles y que enaltezcan el espíritu; ese algo que
no he observado ha sido el humor de Bolívar.
Ninguna persona con amargura, seriedad
cruenta e inflexible, podría haber sido tan noble, justo y emprendedor como El
Libertador.
En conversaciones con amigos he tocado
el tema de que a veces llegamos abollados a alguna parte luego de estar en un
auto acolchado, con aire acondicionado y demás comodidades de este siglo, pero
¿y El Libertador que recorría 5 países con sus respectivas ciudades a caballo,
cómo quedaba? Porque no es fácil ni suave una silla de montar, el galope, las
largas horas de ver monte y culebra. La próstata de él debió ser de hierro, más
allí hay humor de su parte: tenía tantos sueños, anhelos y proyectos reales,
que de seguro podía esbozar una sonrisa o realizar algún comentario a sus
allegados en el viaje, para alivianar tal carga, dolor y pesar.
Eso es humor, poder reírse de sí
mismos y seguir adelante, ya que han comprendido lo que sufren, lo que les toca
vivir y las adversidades. El Libertador era muy observador, así que no pongo en
duda que algún comentario sagaz haya salido en esos instantes; esa era su
panacea. Lástima que pocos quedaron guardados.
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Humor con
romance
¿Y a la hora del Romance? ¿Acaso a su esposa María
Teresa, en ese breve lapso de tiempo juntos, antes que el destino hablara,
no le dijo poemas, danzó con ella (al Libertador le fascinaba el
baile, registran los libros), no le hizo sonreír enamorado? Aunque sufrió aquel
inmenso dolor de perderla, eso no le apagó, él siguió. Y ya de manera más
circunspecta, prosiguió riendo y manteniendo el humor. Siempre mostró su
respeto y a él se lo expresaban con honor.
Prosiguiendo les acoto que muchas veces he considerado
erróneo aquello de decirle a Manuelita Sáenz “la amante del Libertador”; en los
últimos tiempos se le ha cambiado a “la libertadora del Libertador”, pero el
error prosigue, diciendo que ella era la amante y aunque me fusilen, debemos
entrar en contexto: Él estaba en casa de ella, bajo su cobijo y cariño, lo que
implica que era él su amante, no ella. Esa falla contextual prosigue hasta
nuestros días.
¿Acaso no le sonrió cuando se tenían? ¿No soñaban
juntos en medio de tanta tribulación? ¿Se puede ser tan seco? Imposible, y
justifico esta palabra con el hecho comprobado de que Bolívar era un
¡caballero! Y un caballero real no hace quedar mal a una dama ni le da
padeceres, sólo placeres, mucho más allá de los carnales. Y para eso, se debe
sentir, en especial él que no era un hombre de falsas poses.
Lo que sí
guarda la historia
En mi investigación pude conseguir muy pocos detalles.
Tengo siempre presente el recuerdo de que según varios historiadores y por
cronología, se deduce o cree que Bolívar y Páez, llegaron a jugar carnaval con
agua. Si bien es discutible, ¿por qué no creerlo? Eran humanos y a veces las
tensiones se han de liberar de formas poco ortodoxas con control, ya que de
salir espontáneas totalmente, pueden acometerse estupideces.
Y el carnaval era una tradición europea que de seguro
llegó al país y fue parte de la sociedad; Bolívar era de esa sociedad y alguna
vez ha de haber departido en ellas con risas y alegrías, siempre manteniendo el
porte, en esto he de ser enfático.
Muestra de que cuando
se hacen las cosas sin control, fue cuando gastó su fortuna en el juego (dicen)
o donaciones. Para muchos quizás sea un momento de locura. Para mí, la
seguridad que quiso usar una frugalidad, para desechar lo que sintió era un
lastre para su vida, cuando sus ideales estaban más allá de ello. Sólo un ser
visionario podía realizar tal acción y burlarse de los estereotipos cuando ya
sabía que tenía pre-clara su vida.
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Detallitos de su buen humor
En una de sus cartas se desliza este
párrafo que el propio editor publica con salvedades: “He sabido por Demarquet
que su señora ha tenido felizmente un robusto niño, y que tuvo Ud. el
sentimiento de perder al mismo tiempo al que le precedía. Creo que fácilmente
reparará Ud. esta pérdida y, por lo mismo, doy a Ud. y a mi señora Dolorita
muchos parabienes por ambos sucesos”.
En algunos casos cae en una
indescifrable confusión: “La noticia sobre
la pasada de Olañeta a nosotros por la parte del Sur, llevándose prisionero a
Carratalá después de haberlo batido, es comunicada por un calero, papelista, con cuya mujer, a quien se dirige el godo
según el parte, está contraído un tal Mayz, hermano del marqués de la Real
Confianza, vecino que fue de Pasco, de modo que el godo que escribe a la mujer
del calero es el tal Mayz, que existe entre los españoles”.
¿Comprendió usted este párrafo? Yo
tampoco. Es un poco difícil defender el por qué muchos autores aducen esto como
humor, quizás por el juego de palabras o la intención de envolver caballerosa
pero sarcásticamente a las personas, haciéndolas ver sus propias actitudes. Es
la explicación más parecida a la ¿lógica?
Otro párrafo que encontré, al que aducen los autores como muestra de su buen
humor, el mismo
que usaba con diplomacia, es el siguiente: No se olvide que él mismo
confiesa tener el hábito de
firmar las cartas sin leerlas y de dictar varias simultáneamente. En 1829
escribe: “Firmé la carta sin leerla, como lo hago muy frecuentemente cuando
estoy de prisa; y sucede también que tengo que enmendarlas cuando las leo,
porque Martel (su secretario) se olvida de las palabras y pone las que le
ocurren”.
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Bolívar y la jerga criolla
El humor venezolano, en lo que atañe a
refranes, es una necesidad imperiosa de drenar el mal, para transformarlo en
energía positivista y así unir a los pueblos en pensamientos gratos, que le
harán bajar sus tristezas.
El Libertador sabía darle buen uso a
los populares de su época, quizás ello le inspiró a crear sus máximas: La
imaginación y focalización en sus objetivos. ¡Díganme ahora que el humor no es
fuente de inspiración para grandes cosas!
Recomendaciones como aquella de
“pídale Ud. a su santidad el Congreso, un boleto para pecar contra las fórmulas
liberales, con remisión de culpa y pena”; frases como “mi querido amigo el
poder ejecutivo”; “se lleva el diablo todo”; “echa ajos a los hombres por
ristras” Caracas está embochinchado”; o diminutivos como Don Perucho o
Ibarrita; y palabras como “fandango”, “remolones”, “rum-rum”,”pamplina” (tan
usada en México y nos llegó por Scooby Doo), “machaca”, “barriga”, “cositas”, “dichito”,
“naturalote”, etc., no son difíciles de hallar en su correspondencia.
Tampoco son raros los brotes de humor
en sus despedidas: “Soy de Ud. de todo corazón, su enfermo y disgustado amigo,
que no sé cómo ha podido dictar esta carta”; “yo deseo que me vengas a ver si
tus males y tu mujer te lo permiten”.
Refranes y frases refranescas dan
colorido, amenidad y vida, a no pocos pasajes de sus graves epístolas; entre
otros, los siguientes ilustran sobre su compleja fisonomía intelectual
eternamente aireada, siempre renovada y alerta: “Quien hace un cesto hace un
ciento”; “la ocasión no tiene más que un pelo”; “Lo pasado, pasado y a lo
hecho, pecho” (siempre me ha gustado, es el refrán del perdón por excelencia);
“como casabe en caldo caliente”; “escogido como un ramito de romero”; “no
durará más que una cuchara de pan” (este sí que no le hallo contexto actual);
“no hay mal que por bien no venga”; “le trataron como al diván de
Constantinopla” (conocimientos de historia romana y griega muy amplios y bien
aplicados); “aquí no manda el que quiere sino el que puede” (demasiado vigente
para nuestro gusto); “no reparen ni en mesas ni en castañas”; “tenemos
carretadas de generales”; “ya está el toro en la plaza, ahora vamos ver quienes
son los guapos” (muy aplicable en nuestros tiempos y también necesario); “a
burro lerdo, arriero loco”.
Epílogo
“Moral y Luces son Nuestras Primeras Necesidades”. Para tener moral, hay que saber reírse de sí mismos; para obtener luces, hay que maximizar la visión a como lo ve el entorno. Bolívar nada dijo sin gracia real. Sus escritos, sentencias y hasta el levantar su espada eran momentos concienzudos, en los que necesitaba concentrarse al máximo; para ello requería un momento de relajación; allí era “el niño Simón Bolívar, tocaba alegre el tambor, como anduvo por América, cuando era el Libertador”, que cantó Serenata Guayanesa.
No olvidó ser un caballero siempre y
sabía que para ello es mejor caer en gracia que ser gracioso, era parte de su
empatía. No habría sido un líder y a su vez una persona empática con la vida
civil, sin aplicar la mesura, el cariño, la simpatía, la comprensión de que
todos somos iguales y una dosis galante de humor.
Gracias a Dios, existió Simón Bolívar,
ejemplo de naciones, muy por debajo de Dios y así lo supo él, muy cercano a la
verdadera humanidad.
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