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Cómo defenderse de Cupido (de @JairoGuitarreao)

CÓMO DEFENDERSE DE CUPIDO
 Autor: Jairo Louis Clavo 
@JairoGuitarreao

Normalmente, cuando uno se acerca a una instalación eléctrica consigue un cartel con rayos y una calavera. Éste nos advierte del peligro que representa entrar a esa área, y para ello se vale de símbolos que todos identificamos como de muerte. De hecho, es fácil entender como principio universal que los carteles con símbolos de muerte sirven para decir “peligro”, “no se acerque”, o por lo menos “tenga precaución”. El mismo análisis cabe aplicarle al amor, comúnmente representado por un corazón flechado (muerte), pero los inocentes seres humanos ignoramos la obvia advertencia y caemos cada vez que se presenta la oportunidad. 

Pero para entender lo peligroso que llega a ser el amor, lo interesante no es realmente el corazón o la flecha, sino el arquero que la dispara. Cupido es un bebé que, en lugar de estar en su corral mirando Backyardigans, anda volando por ahí disparando flechas a Raquel y todo aquel. La pregunta surge por si misma: ¿Qué corruptela celestial permite el porte de armas a un lactante? O como suele preguntarse popularmente, ¿Dónde está la mamá de ese muchacho? Porque hay que verle la cara a soltar semejante criatura armada por ahí. A ningún padre humano se le ocurriría eso. 

Y precisamente, como diría Cantinflas, “ahí está el detalle”. Los padres de Cupido no son humanos sino dioses griegos, los más irresponsables en la historia de todas las mitologías (no me lo crean a mí, vean las películas de Percy Jackson). Resulta que el responsable de nuestros enamoramientos proviene de una familia divinamente disfuncional. Baste decir que su madre es diosa del amor y su padre dios de la guerra. ¿El resultado? Un niño confundido que usa un arma de guerra para infundir amor, todo con el pretexto de que así hace feliz a la gente. Un psicópata digno de Criminal Minds. 

Una vez reconocido el peligro y analizado el enemigo, es menester conocer su armamento. En este punto me toca reconocer que no todo en Cupido es malo. El pequeño tiene dos tipos de flechas. La más famosa, con punta de oro y plumas de paloma, genera el enamoramiento. Esa, por supuesto, es la flecha mala. La buena, con punta de plomo y plumas de búho (ave que representa la sabiduría), genera la indiferencia. Lo cruel de todo esto es el uso que hace este párvulo de tales proyectiles. Parece que le hubiera dicho Miguel Ángel Landa: “Apunta bien, y no mires a quién”, y así se llenó el mundo de enamorados solos, triángulos amorosos, parejas disparejas que pasan del oro al plomo y viceversa y pare usted de contar infelices anomalías amorosas. 

Con tal amenaza rondando entre la humanidad, y mientras nadie le quite los juguetes a Cupido para dárselos a una deidad más responsable (como el Monstruo de Espagueti Volador o Diego Armando Maradona), tenemos que defendernos como podamos. Los siglos han permitido saber que los palos y las piedras no funcionan. Algunos han tratado de empañar la puntería del chiquillo con alcohol, lo que funcionaría bastante bien si lograran que la botella se la bebiera Cupido en lugar de ellos.  

Tal vez la mejor defensa empiece por conseguirle las costuras al ataque. Si uno lo piensa un poco, la flecha dorada de Cupido atraviesa el corazón y este sucumbe a los horrores del enamoramiento. Sin embargo, el cerebro queda intacto. ¡Ahí está la falla de nuestro arquero en pañales! Le toca al cerebro ponerse la capa de héroe y tomar el control para evitarnos todas las vergonzosas situaciones a que nos pretende arrastrar nuestro corazón flechado, porque la flecha se va tarde o temprano, pero nadie se va a olvidar de la serenata que diste borracho sin saberte la letra y sin saber cantar. 

Recibido en el correo reinaldogarnica@hotmail.com ¡a la orden de ustedes!

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