Una pesadilla que nosotros mismos nos buscamos, es la de
realizar trámites en el banco de manera personal, como lo hacían los antiguos
trogloditas.
En una época tan tecnificada, donde se puede acceder a la
banca online, realizar transferencias, pago de servicios, solicitar referencias bancarias, llenar
la solicitud para los tan útiles remates bancarios
que sirven para comprar propiedades a bajo precio, etc.; siempre hay el terrible momento
de volver a pisar un banco, algo que luego de registrarse, uno más nunca creyó
que tendría que volver a suceder.
He aquí unos pasajes a esta pesadilla que confirmarán la
premisa.
Realizar trámites en el banco (en la sucursal)
Con tanta tecnología, ya los bancos no se llenan, salvo
el día que nosotros tenemos que ir.
En la página web nos dan la cita, parece que a todos
juntos, para que nos conozcamos en la misma agencia bancaria.
El sonido “DIN” de la pantalla electrónica que notifica
los números, se transforma en una fuerza hipnótica que nos obliga a verlo
fijamente.
Pero nos despertamos horrorizados de ese trance, ya que
al sentir que viene nuestro número para realizar los trámites en el banco, se
salta a uno que está 600 números más atrás.
Esa sensación de volver en el tiempo o de que se rieron
en tu cara, te hace pensar, ¿La verdad que yo me merezco esto, si no más vengo
a que me sellen esta referencia con el sello húmedo?
Ver cómo pasan todos los pensionados y motorizados ¡DE LA
CIUDAD Y EL PAÍS!, ante que uno, resulta frustrante.
Y el paso inexorable del tiempo nos va avisando que se
acerca el momento más fatal de todos: Una de las mujeres de atención al cliente, se va a ir a
almorzar la muy irresponsable, en vez de venir comida y bebida de su casa como
uno, antes de llegarnos a realizar trámites en el banco.
Cuando por fin encontraste un asiento vacío, porque a un
pensionado le dio una crisis respiratoria, ya calmado y sentadito ¡PUM!, es tu
turno.
Cuando te sientas, la dama de servicio de cuentas te regaña porque te sentaste sin que ella te
dijera y te regresa al asiento que ya ha sido ocupado. Todos te ven sin
burlarse, sino con miedo, porque saben que su destino será igual.
Ya cuando está más calmada (dizque), te llama y te da la concesión
de sentarte. Te pregunta qué necesitas y que le des la cédula, la tarjeta y
permiso para morder un pedazo de auyama que tiene en la gaveta, mientras habla
peses de sus compañeras, la que fue a almorzar y la otra que anda en la oficina
del gerente desde hace rato haciendo quién sabe qué.
Le explicas la situación y lo primero es poner tus datos
al día, porque si no, ese y demás trámites en el banco serán inútiles. Todos los
datos los habías actualizado por la plataforma
bancaria online pero eso a ella le sabe.
Te pide el RIF, se lo das, ella discute que está en
blanco y negro y no se pueden ver los colores de la bandera. Llama al gerente
para que le dé permiso de aceptarte eso. El gerente aprueba mientras se oye la
voz de su compañera diciéndole que suelte el teléfono y que sigan en lo que
están.
La dama, resignada, te sella el miserable papel por el
cual esperaste 7 horas, no sin antes ofrecerte algunos productos bancarios,
ejemplo:
“Quiere una tarjeta de crédito”, uno le dice que sí. Ella
responde “en estos momentos están suspendidas”, uno: “¿Entonces para qué me la
ofrece?”, ella: “política del banco”.
Te ofrece una cuenta en dólares, uno acepta y resulta que
hay que abrirla con una cantidad de dólares que ella jura y perjura uno tiene
así como que para pagar pasaje de avión desde la casa al banco. Se ofende
porque uno rechaza la oferta y que nos estamos perdiendo una gran oportunidad.
Y se molesta más cuando se le responde que uno no cobra
lo mismo que las millonarias de atención al cliente de los bancos.
Allí, llega la compañera que estaba comiendo y llama a la próxima
víctima en cola, mismo que te ve con odio porque te has tardado más de los dos
minutos que creyó te ibas a tardar. Porque el banco saca lo peor de uno.
Ya, con el papel firmado, los datos actualizados, una
solicitud de tarjeta de débito nueva porque la anterior tenía el chip dañado y
te dicen que no hay porque no hay plástico, pero te dan una tarjeta prepago para que tú mismo te
recargues, haciéndote pensar, ¿Por qué tienen de éstas y no de las que sí
sirven?
Ya con hambre, frío, alergia, regañado, visto con odio
por parte de otros usuarios, observando como las mujeres de atención al cliente
encaran a su compañera que viene con la blusa al revés y toda despeinada de la
oficina del gerente y con un triunfo aguado por realizar los trámites en el
banco pero a costa de tu dignidad, sales de ese lugar corriendo, con la
esperanza de no querer volver jamás.
Ese día, accedes a la plataforma online, te equivocas de
usuario y contraseña tres veces, se te bloquea y la única solución es volver a
hacer los trámites en el banco para desbloqueo y verificación de identidad.
Allí es donde te dices, ¿Por qué no vuelvo a meter el
dinero en el colchón?
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