Nada como la disociación para apagarse de todo lo
que está sucediendo. Es el propio viaje astral que nos lleva a donde queremos
estar o lo que deseamos hacer, siempre con la reminiscencia de traernos al
lugar de donde partimos.
Es el disociar esa manera de vivir que nos gana a
los hombres esa fama de “alumbrados” y a las mujeres de “dormidas”, sin saber
el vulgo que estamos conquistando parajes insospechados en los cuales nuestros
detractores, no son más que nuestra servidumbre o los personajes de relleno de
un video juego que lanzan vítores o tratan de agarrar una gallina.
Formas de fomentar la disociación como forma de vida
En los países latinos tenemos en común las carencias
y las maneras toscas, paisanas y prosaicas de resolver las cosas; esto nos
aventaja en la disociación cognitiva con el fin de borrar lo ordinario, procaz
y con olor a pobreza de nuestras vidas.
Una manera de disociar es caminar en vez de pagar
pasaje. Para hacer más corto el camino, lo que debemos es colocar los pies en
automático y la mente en otro lado, siempre y cuando no lo hagamos para cruzar
la calle como hacen los alumbrados que revisan Facebook con un semáforo en
verde para vehículos.
Imaginar que cada persona que te cruza por un lado
es un enemigo en potencia y debes darle un golpe de karate, una patada de kung
fu, una llave de judo o un uper cut de boxeo en el lugar donde mejor parezca
que caiga, especialmente con las defensas bajas, es una manera de disociación
bastante divertida, siempre y cuando no la lleves a cabo.
Llenar un tobo con agua y despegar tu mente del
cuerpo físico es bastante relajante e incluso ayuda a la meditación, hasta que
este se te derrama.
Imaginar a Superman en una selva en la que las boas constrictoras
tratan de ahorcarlo y explotan ellas por la presión o él dándoles topetazos con
la frente a los elefantes no más por diversión, mantiene a tu mente activa. No
útil, pero sí trabajando.
Cuando un grupo de hombres se coloca frente a una
parrillera a ver cómo la carne se asa, en ningún momento se puede comparar a
quedarse ver cómo crece el monte en el patio de tu casa.
En la mente disociada de cada uno reside la
sensación de rayos láser o de magma que está calentando las placas tectónicas
de la chinchurria, punta trasera, pollo y jojotos que chisporrotean meteoritos
que cada hombre está combatiendo antes de que entren en la atmosfera.
Así, se hace menos tediosa y más épica la conjunción
de héroes que están salvando al planeta con una carne a medio quemar, ya que en
el lapsus mentis se les pasó de cocción, cosa que no importa, porque aviva a la
mente que pasa del espacio a la era de las cavernas, cuando el fuego ablandaba
la carne de tiranosaurio.
Pruébalo, la disociación puede salvarte de muchas cosas
Hay que diferenciar a la disociación con la réplica silente
que se le hace a la gente necia que habla tonterías delante de uno y las leyes
sociales te impiden expresarle sus cuatro verdades y una cachetada para que reaccionen.
Al disociar, escapamos del yo físico como hacen los
monjes tibetanos, los sumos japoneses o los marihuaneros de tu cuadra.
Ese escape nos lleva a un mundo donde las cosas no
son perfectas, solamente funcionan, divierten, entretienen y resuelven pequeños
entuertos que en la vida real no podríamos resolver sin varios trillones de
dólares, algunos ejércitos comandos, superpoderes y una dotación infinita de
helado de chocolate y torta para conversar serenamente.
Todo comienza a animarse, moverse y exploramos su propósito,
funcionamiento y sueños, casi como en el palacio de la Bella y la Bestia.
Claramente que sí no le colocamos un freno, seremos
bienvenidos a la esquizofrenia, nos caemos por unas escaleras o nos desvisten
en la calle y nosotros ni pendientes.
Pero la disociación a manera de alejarnos de la
gente necia, de las carencias, de la rutina, de las fallas eléctricas, de agua
o la que más duele (la Internet), es una forma de encontrar ese lugar feliz que
muchos practicantes de yoga intentan conseguir en un pie o torciendo la cadera,
como si pensáramos con los pies o con el final de la espalda.
Ya para este instante, usted se quiere disociar y
abandonar esta lectura para encontrar ese lugar lleno de baile, diversión,
golpes, justicia a manera de venganza, recomposición de las fallas (sin llegar
al “hubiera hecho”, porque disociarse no es flagelarse).
Le invito a escapar un poco de la realidad y
escaparse de todo aquello que ha querido presionarnos en la mente –el flanco
que jamás deben tocar- y buscar maneras poco convencionales de afrontar las
cosas.
Ojo al incluir a otras personas, porque si no tiene
los dos hemisferios cerebrales bien balanceados entre lo cognitivo y lo
cognoscitivo, terminará agarrándole ideas a otros y desgastarse más –cosa que
es contraria a la disociación- o empezará a desearle –cosa que es más propicio de
las novelas latinas hechas en Estados Unidos, donde todos se odian, viven
juntos y procrean entre todos.
La única vez que alguien plasmó correctamente una
disociación así, surgió el libro Cien Años de Soledad.
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