Como todos saben menos usted y yo, la diferencia entre un director de cine y un cineasta, es que el director convierte el guión en realidad con su visualización utilizando los recursos económicos que tiene y el cineasta realiza una obra con un mensaje que nada más él entiende, regaña al público que comprende o siente otra cosa, se gasta la plata ajena y la suya, sus películas nuca recaudan y luego requiere de la ayuda del gobierno o de los privados que deben financiar algo social para que el fisco no los multe. De esa forma nace el siguiente film que es igual o peor al anterior.
Sí, ese es el sentido del 75% del cine nacional venezolano, pero no quiero referirme a eso ni al ejemplo de la película La Abuela Virgen, que todos la entendieron como linda y pacifista y el director quería que entendiéramos el drama de la transposición del alma que regresó a que le pagaran la machucada que no le profirieron en vida. A más de una persona ese loco insultó porque no entendieron su psiquis y le levantaron una estatua. Bajo una estatua es que lo van a poner si sigue así.
Bajo esos parámetros (no el de que me fuñan, ojo) escribí este guión, basado en un sueño revelador que tuve en una de mis siestas entre 4 y 5 de la tarde mientras usted trabaja. El mensaje creí firmemente que era un número para la lotería que traduje con el libro de San Cono, pero que no me salió.
EN LA PSICODELIA DEL OMBLIGO DEL MUNDO
En esta película, al margen y casi al fondo de la acción principal está la secundaria y si se fijan, verán la acción verdadera.
En el primer plano de “Barrancos de Pasión" mostramos el éxtasis de Sheima Jarete y Carl Pintero, al fondo del pasillo dos extras sin nombre comienzan un raro encuentro que no notamos por la resolución de la cámara pero que tienen el encuentro que desencadena la trama de "Cacería Sin Fin", que es la película de la que tendremos ganas saber más gracias a los flash de acción y de la que sólo recibimos lánguidas pistas a medida que se desencadena el aparataje de la otra trama.
Un cuchillo tiene las huellas reflejadas en los sobrantes de mantequilla en un pan que nadie se comió al lado de la bandeja con la carta de amor; una mano exánime bajo el sofá donde Sheima y Carl juegan con sus pies y sus uñas pintadas en ambos; el canario que trina cuando Sheima, sola en su apartamento, entra al baño, dejando la puerta abierta y la cortina de la ducha también, como con ganas de que alguien vea su cuerpo espectacular; al regresar a la sala ve que el canario no está en su jaula cuando ella corre a la puerta para recibir un correo electrónico que le pegan en la puerta como una factura de electricidad.
Los titulares en el kiosco de periódicos donde Carl espera impaciente consultando el reloj que marca la hora precisa en que por primera vez, mientras veían la luna, ambos escucharon los gritos horrorosos de una anciana que perdía su última muela al morder un turrón que tenía guardado de las navidades pasadas.
La proximidad cada vez mayor de los primeros planos que enfocan los ojos macabros de un heladero triste porque el día está lluvioso y la venta está mala, excepto para el vendedor de paraguas y los que remolcan carros varados porque el distribuidor hecho en el país se les dañó.
Muchas de estas cosas serán sólo discernidas al examinar cuidadosamente el film en cámara extra lenta descargado a través del BlackBerry con opción Mini DV que aún no se ha inventado y que de repente comienza a dar error; al rato la cámara enfoca el más bello amanecer que llegó rápido de la tarde o noche del dí anterior (ya en este punto ni se sabe ni se quiere averiguar).
Y en segundo plano, el huevo cascado de un avestruz que transita por la avenida principal, cumpliendo con la luz roja, lo que para los demás chóferes es motivo de vergüenza.
Mientras Sheima contempla el parque, deja ver una pupila, y luego, al pasar, la caja de huevos guardada en el congelador que sólo tiene luz cuando está cerrado.
Pero no, ¿era todo un mal sueño? Carl y Sheima se toman al fin de las manos en el parque, en el crepúsculo esplendoroso donde el horizonte se mete por la pupila del sol y de los protagonistas, que comienzan a gimotear por el ardor.
Es quizás por casualidad que cerca de las manos entrelazadas está una pequeña tijera de manicure, quizás hemos notado ya que Sheima se come las uñas. Las huellas en el cuchillo (¿se acuerdan?) eran de la última persona que observó a Sheima comerse las uñas y optó por acabar el hambre en el mundo, vendiendo arepas de rellenos variados con su mantequillita y ese cuchillo lo dejó allí cuando Carl le pidió un servicio a domicilio.
En ese clímax de suspenso por ese Thriller entre el cuchillo, la manicura, la vieja, Carl y Sheima, el sol, los ojos, el parque, el heladero, el niño que compraba caramelos al por mayor (no sé de dónde salió pero apareció), la Panchita del Meridiano, la placa del carro funerario donde llevaban al tiroteado en la otra película que tenía más acción que esta, mismo que fu liquidado por el héroe fisicoculturista que arregla todo a golpes y que luchó contra los narcotraficantes para luego quedarse con la heroína (con la chica rubia que era doctora, física, expedicionaria y tenía cuerpo de bailarina de jaula en un show bar).
Todo el cargamento lo llevaba una mula disfrazada. Su disfraz era el de avestruz y el alijo iba en los huevos, mismos que fueron llevados por error a un centro de rehabilitación de drogas, lo que causó revuelo después de haber causado una gran alegría en los allí internos.
Es allí, cuando todo empieza a tener un poco más de color y emoción para los cinéfilos, cuando comienzan a parecer los bloopers de las escenas más divertidas y un muchacho descorriendo una cortina y pegándote una linternita en la cara indicando que la función terminó, diciendo ¡despierta!, ¡despierta!.
Al final es tu familia que te dice que te levantes del suelo, donde fuiste a aparar con la excitación de esta pesadilla surrealista y reprochándote el por qué comes granos a las 11 de la noche, previo a irte a acostar.
FIN
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(Auspiciada por Arroz Con Mango Productions)
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