Original de: Daniel Klíe (@Chdnk)
Recibido en mi correo: humoristech@hotmail.com
Cuatro horas de cola y la señora de
atrás no deja de quejarse como si imitara el monólogo de un loro demente
mientras escucha las recomendaciones de su acompañante para hacer remedios
caseros que curen el pie de atleta. Siempre han aludido que los remedios caseros
son milagrosos (aunque claro siempre involucren alguna parte descompuesta de un
animal que economice el gasto ante el récipe de medicinas que no se consigue).
Dos puestos más adelante un señor
gordo, que parecía asfixiarse con su propia papada (espero estuviera vivo)
discute con una mujer de cabello rubio, alza la voz y la insulta denominándola
“¡Chucky!”con una expresión de rabia antelas opiniones adversas de la mujer.
¿Será que el hombre habrá quedado traumado con el muñeco demoníaco en su
infancia? ¿Nunca pudo dormir esperando que no apareciera Chucky a las 3 de la
mañana? ó ¿Simplemente nunca vio algunas
de las películas y suena cool repetir el insulto? Total, salió en televisión.
Supongo no es fácil superar aquel trauma (en caso que exista) pero ante tanto fanatismo
pareciera que el exorcismo fuera una respuesta viable.
La
cola avanza, parece que después de ciertas horas y un sol que simula homenajear
al del Sahara, está por terminar la espera. Faltando no menos de 10 personas y
divisando la taquilla principal, cierran la oficina siendo a penas las 11 de la
mañana. ¿Ironía o karma? Ninguna de la 2, parece que el horario de almuerzo se
adelantó 1 hora, los trabajadores salen campantes mientras los que estamos en
la cola nos resignamos a permanecer en el mismo lugar en caso de que nos roben
el puesto.
Ha
pasado sólo media hora, el tiempo transcurre más lento, algunos siguen
peleando, las señoras cuentan chismes animadamente como si estuvieran en una
rueda de prensa ante toda la cola, se escucha un alboroto en frente del lugar,
algunos abandonan la cola y salen como si estuvieran en una guerra de Troya: “¡Llegó
la Harina en el abasto!” Grita un señor encabezando una escena parecida a un
apocalipsis, pelean alrededor de 10 minutos, los organizan y forman una cola
paralela a la nuestra. No han pasado otros cinco minutos y una señora de
mediana edad empieza a pelear con una joven. “¡Necesito más harinas, 2 no es
suficiente!” “¡Señora, son dos por persona, deje mis 2 harinas!” Y así
continúan como si estuvieran en una especie de pelea de boxeo ¿Quién ganará?
La señora arremete, los guardias
admiran la escena con pleitesía, todos miramos lo acontecido como si fuera
parte de una programación ante la
monotonía de la otra cola, sólo falta que animemos la contienda y
algunos empiecen las apuestas, como en un hipódromo.
Parece que después de un
rato la pelea decepcionó, llamó demasiado la atención, intervinieron y
separaron la lucha después de la jauría que representaban. Ha terminado el
almuerzo parece, son alrededor de las 2 de la tarde (¿Será que el almuerzo
abarca de 11 a 2 pm diario? Vaya, habría que trabajar aquí entonces.), la
cola no avanza, me arrepiento de que el
vencimiento de la cédula se haya hecho posible, debía durar para siempre o
mejor dicho duraremos para siempre en esta cola, digo en las demás también.
Sale uno de los trabajadores que dirigen la taquilla, pareciera que sufriera
una sordera extrema grita “¡Hoy no entrenan las cédulas! ¡No hay material
cabilla! Quizás dentro e’ dos dia elstan lilstas.” Los presentes nos
preguntamos si interpreta un nuevo idioma o es una mezcla entre spanglish y un
dialecto del eslabón perdido del ser humano.
Al
fin parece que es el turno, faltan sólo dos personas, no lo puedo creer, las
personas cercanas tampoco, estamos olvidando las 6 o 7 horas de espera, hemos
esperado tanto que hemos olvidado que era la libertad de no estar parados estáticos en un sitio, pasa
un vendedor con agua y bebidas, quizás está haciendo su agosto, otro negocio en el que podría invertir, las colas
se han vuelto rentables quizás. Termino la cola y me pregunto otra vez cuando
será la próxima desventura y si alguno de los presentes nos convencemos de “Al
fin salí del trámite, era necesario”, llego al Metro y todo parece ajetreado,
no es hora pico, es la hora habitual ahora. Usuarios se pelean por entrar al
vagón, comunican por los parlantes que aborden el vagón a su máxima capacidad
(Claro, no sabemos si ya está permitido ir en el techo o en la cabina del
conductor), parece un territorio espartano, hago otra vez otra cola, parece un
dejavú, no lo es, aquí vamos de nuevo, media hora para subir al vagón.
Mientras espero llegar a la cuarta estación
veo como los presentes nos acostumbramos a una especie de trance para combatir
la claustrofobia cuando el vagón se detiene por 10 minutos en el túnel.
Llegó
finalmente a mi destino, uno de los ascensores se dañó y hay una cola de seis
personas por delante, tres bebés lloran, vecino oye reggaetón a todo volumen
(¿No sabe qué existen audífonos? ¿Será que ya se quedó sordo oyendo eso? ) De
nuevo me pregunto al subir al ascensor ¿Quizás hayan colas incluso en el juicio
final? ¿La vida es una cola continúa? De pronto se queda trancado el ascensor,
la vecina empieza con un ataque nervioso y a gritar, le digo que se calme, ella
se vuelve aún más paranoica, nos comunican que llegarán en 10 minutos a
sacarnos, han pasado 2 horas y seguimos aquí. La espera continúa, creo que toda
paciencia es subjetiva, moriremos esperando (no el ascensor, sino nuestro turno
en la cola quizás).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario