Reuben Morales
Estos
típicos listados de “100 cosas que debes hacer antes de morir”, siempre son de
cosas bonitas, enriquecedoras y sublimes… hasta hoy. Es hora de recopilar las
100 vergüenzas a vivir antes de morir.
En
primer lugar, se encuentra leer un libro de autoayuda en un sitio público. Un
metro o el bus son idóneos para esta vergüenza. Por un lado, dicho lector piensa
que proyecta a otros sus ansias de crecer y ser mejor persona, pero quienes lo vemos
desde afuera, solo pensamos una cosa: “¿qué clase de sombras y demonios tendrá
este ser? ¿Será que si le pregunto la hora me saldrá con una patada y luego se
disculpará y me deseará mucha luz para mi vida?” Leer libros de autoayuda es
como hacer número dos. Se hace en privado para luego salir al mundo renovado y
con nuevos guáramos.
Hay una vergüenza asociada a
espectáculos. Se da cuando uno está en una sala de teatro, viendo una obra o un
orador, y de repente algo dicho en tarima nos lleva a aplaudir enardecidamente.
El detalle es que somos el único aplauso. Lamentablemente, el show pasa a ser
uno.
En
el ámbito familiar existe una vergüenza que se transmite de generación en
generación: “el talento de mi hijo”. Esta vergüenza reluce cuando hay una
reunión en casa y uno de los padres, orgullosos de algún talento del hijo,
comienza:
-
Alberto, saca el órgano y toca tus
canciones.
-
No, mamá… es que estoy cansado.
-
Anda, que tu tío no te ha
escuchado. Y mira que él vino de Estados Unidos por unos días.
-
Ahora más tarde…
Te crees zafado de ese yugo cuando
escuchas el argumento demoledor: “¿Ni siquiera porque es mi cumpleaños?”. Ahora
eres el peor hijo del mundo. No te queda sino acceder. Te llenas de valor y presencias
la antesala. Tu mamá quita la música y anuncia: “¡Atención!... ¡Por favor!... Les
voy a pedir se acerquen porque Alberto nos va a dar un concierto de órgano”. Alberto
se sienta a tocar, más rojo que Alemán en Punta Cana, y da un recital en medio
de un auditorio agridulce: algunos aplauden porque en verdad les gustó, otros para
que la madre no crea que botó los reales, otros porque disfrutaron morbosamente
del escarnio público y otros no aplauden porque gracias a Alberto debieron
interrumpir un chisme por la mitad.
Otra
vergüenza muy sabrosa es la de verse obligado a cantar y a bailar una canción
de plan vacacional. Los padres solemos ser víctimas de esto cuando llegamos a
una piñata y nos encontramos con esa temible figura: el recreador. Este ser, como
sabe que tu hijo no coordina ni habla bien, te arrastra a la dinámica y arranca
con una actitud exageradamente alegre y su voz de Cartoon Network a 500
decibeles:
-
¡Vamos padres! ¡No les dé pena!
¡A soltarse! ¡Ustedes repiten lo que yo cante! ¿Ok?
-
Seeeh…
-
¡Ay, como que no desayunaron
hoy!... ¿¡OOOOOK!?
-
¡¡Sííííí!! –grita uno con
rabia.
-
¡Vamos!... ¡Todos conmigo!... ¡Era
una patilla gorda, gorda, gorda!... ¡Que quería ser la única fruta del mundo!…
¡Sua, sua y aprendió a nadar!… ¡Vamos!… ¡A nadar como la patilla!
Una
vergüenza relacionada a la escritura tiene que ver con prometer una lista de
100 casos y presentar solo 4. Obvio, me refiero a otros artículos, pues éste es
parte de un ejercicio participativo en donde usted debe completar las otras 95
vergüenzas con anécdotas propias. Sí… sé que son 96 las restantes, pero es que
una de esas vergüenzas ya la tenemos detectada usted y yo. Es la de quejarse
del país y no ir a votar el 6 de diciembre.
Fuente: www.reubenmorales.com
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