Ritual Diabólico (de @OtrovaGomasReal)


Texto e imagen: Jaime Ballestas (Otrova Gomas)
Desciendo al fondo de la mina hasta llegar a la caverna del azufre. En los laberintos del Mývatn, en esta Islandia de glaciales eternos y fumarolas incansables donde el aire pesa como el plomo. A treinta metros de profundidad la presión y la escasez de oxígeno controlan todas las formas del silencio, pero así quería estar. En manos de la soledad absoluta. En cuarentena extrema para tratar de comprender uno de los hechos más incomprensibles en la historia de las civilizaciones primitivas: ¿Porque ocurrió lo que le ha ocurrido a Venezuela?

Inspirado en los textos secretos de Ajenaton, el de la XIII dinastía del desierto, imbuido en las practicas hindúes de concentración y el ostracismo de los yacimientos de la materia prima del infierno, busco encontrar la verdad lejos del brillo de los territorios asoleados, de las playas y las selvas de un país tan rico como maltratado.
Siguiendo el rito sagrado de los yogas del antiguo Egipto asumo la verticalidad absoluta buscando las corrientes secretas que les conectaron a la energía cósmica. Respiro profundo y lleno los pulmones con el fluido vaporoso de la mina a la vez que me caso amorosamente con la noche oscura. A lo lejos, retumba el ruido de picos y taladros en alguna galería donde los mineros angustiados arañan las paredes sulfurosas.
Concentrado en el cero absoluto llevo la punta de mis dedos a las sienes y pienso hondo, dolor adentro. Levanto los brazos hacia el techo de la amarilla gruta y en plena rigidez me pregunto en jeroglíficos:

Dime rata albina de los sumideros de Alejandría ¿Qué pasó con las inmensas riquezas que nos regaló el fondo de la tierra? ¿Dónde están la bauxita y el hierro virgen transformado? ¿Qué fue de los altos hornos que eran orgullo de la patria? ¿Por qué fracasó el Gurí que quiso dar luz en un país que necesitaba salir de las tinieblas? ¿En que sitio enterraron las máquinas de las industrias que nos vestían y calzaban, de las manufacturas, del cemento y las viviendas? ¿Qué pasó con la producción del campo? ¿La de leche, la de carne, la del cacao y del azúcar? Contéstame cazadora implacable de las tenebrosidades del Nilo ¿Qué país disfruta ahora de nuestros ingenieros, de nuestros profesores lúcidos, de aquella masa de suma cum lauden a los que en un amanecer siniestro les dijeron: Váyanse que aquí no hacen falta? ¿A que enfermos salvan en su agonía los médicos que se nos fueron? ¿Dónde pernoctan los talentos de una generación de relevo irremplazable?
La mudez extrema es la única repuesta. Cierro lo ojos y sollozando en re menor sostenido, me entrego a los brazos del dolor por la ira contenida.


Al rato recupero fuerzas. Tomo de nuevo el aire que alimenta a los condenados al abismo y asumo la posición del camello del pranayama hindú. Con el puño derecho en alto aulló con el canto de los muertos renacidos de Calcuta y pido a la tarántula sagrada de duesha que me ayude:
¿Dónde estás ahora espíritu del Libertador? ¿Por qué dejaste que tus sueños cayeran en manos del odio y de quienes no comprenden que es malo regalar la patria por pedazos? ¿Es que no te distes cuenta como abundaban las conciencias fermentadas? ¿Por qué lo permitiste? Háblame en signos. Envía aunque sea un aliento para que me oriente en la desgracia ¿No sabías que iba a empezar otra ola de sueños extraviados y a reinar un príncipe de engaños? Dime, te lo ruego humillado como un gusano ¿Por qué no hiciste nada? ¿Es que no viste a tiempo que iban a profanar tu tumba y tu rasposo y el reposo de la mujer que amaste? ¿Dónde están mis amigos de antes, los que compartimos la batalla justa y bebimos de los manantiales puros? ¿Por qué no los ayudaste a corregir la verdadera podredumbre que hubo en el pasado? ¿Cómo permitiste que en lugar de acabar con un poder judicial corrupto prefirieran eliminar a la justicia?
Aguardo la respuesta de la tarántula sacrosanta de Jaipur pero solo escucho el murmullo de un mutismo aterrador. Dejo rodar una lágrima que cae seca de tanto encierro y me desplomo tiritando por el peso de la furia.

Esta vez invoco al gran maestro Padmasambhava, y tomando la posición de la serpiente sagrada del Palacio de los Vientos y el de Mahayana de Mantargruño sigo preguntando:
Explíquenme escarabajos relucientes del Ganges ¿Por qué acabar con un país en lugar de hacerlo mejorar? ¿Cómo es posible que una milicia que solo representa muerte robe a mano armada el dinero de las universidades, de los médicos y los enfermeros? ¿Quién explica que las comisiones y las ayudas a otros países se lleven el presupuesto de las viviendas, de los salarios y las jubilaciones?  ¿Por qué mantener embajadas y consulados en países que no tienen conexión al nuestro? ¿Porqué tanto pillaje? ¿Por qué tanta corrupción impune?
Confiesa culebra que te arrastras y sabes tanto de maldades ¿Porqué las cárceles están llenas de inocentes y sueltan a culpables? Dime vocero de la muerte ¿De que prostíbulo se escapó el alma de esos seres? ¿A que achacar tanto error descomunal? Arroja tu respuesta al río magno que sale de la selva adentro. Irrádienla hacia el cielo si les es más fácil, pero contéstateme  ¿Es posible que una subasta de almas permita que se alabe a un ladrón con acento líbico?
Espero un rato pero no hay respuestas, solo silencio y más silencio.
Ya cansado de la súplica me levanto con el peso de una amargura que se revuelca sobre si misma, y secándome los ojos de lloros invisibles descendiendo completamente hacia la profundidad de la caverna. Creo que la respuesta a lo que ha pasado sólo se puede encontrar en las llamas del infierno.

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