La costumbre de abrazarnos y darnos el “Feliz
Año” la comenzó y fomentó en Venezuela el Sr. Tomás Lander, cuando en 1823 en
el diario “El Venezolano”, pedía que
imitáramos una bella costumbre de los franceses, que el día primero de año, se
buscan, abrazan y se dan el ósculo por mera amistad, dando por terminadas sus
diferencias y refrendando su unión”.
La idea fue bien recibida y todos comenzaron a
darse abrazos y a felicitarse los primero de enero. Lo que no cuadró de todas
todas, fue lo de darse el ósculo…o al menos no lo entendieron bien.
Pero no fue sino hasta diciembre de 1870 cuando
se hizo costumbre el reunirse en la Plaza
Bolívar de Caracas, iluminada con esplendor y con bandas de
música alternándose para ejecutar trozos de ópera y bailes y así esperar la
venida del año nuevo. Los hombres se formaban para darles el abrazo a las
bellas damas y las que no eran agraciadas, se formaban para abrazar a los
caballeros, pero la cola se deshacía a las 6 de la mañana porque ninguno se
dejaba abrazar.
Con la finalidad de que no existieran atrasos
ni adelantos en la abrazadera, los organizadores solicitaron al Comandante de
Armas para que dispusiera de una pieza de artillería situada en lugar
conveniente y que disparase tres cañonazos al sonar el último campanazo de las 12, a manera de funerales del
año que perecía y como saludo al año nuevo. Lo cual se hizo acompañado de
fuegos artificiales (sí, ya los chinos nos habían invadido para ese momento con
su mercancía). Esto lo aprovechaban los vivos, ya que las chicas se excitaban
(adrenalina, no otra cosa) y pedían que las abrazaran de la emoción.
Ante tanto abusivo que sí se les da un dedo se
cogen la mano, la gente rica y mantuanos dejaron de ir a la Plaza Bolívar y a esperar las
campanadas más el cañonazo en sus casas.
Ya para la primera década del siglo XX las
fiestas familiares se habían incrementado con primos y amigos y, por supuesto,
los jóvenes levantadores acudían a las casas de las chicas que les gustaban
para aprovechar el “apurruñamiento permitido”. Las chicas también aprovechaban
de meter la coba, colocándose polizones y rellenos que las hacían ver más
estrambóticas. Los abrazos se hacían entonces suavecitos, ya que ellas estaban
rellenas de goma espuma y ellos sabían que sí se les pasaba la mano, el
cañonazo que se iba a escuchar no era el de año nuevo, sino de las escopetas de
los padres o esposos.
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