La Batalla por el Fluoristán (de @OtrovaGomasReal)

(En auxilio a los desesperados habitantes de Venezuela)

Nada me apasiona tanto entre los ritos cotidianos, como el desafío de un tubo de pasta de dientes cuando se está acabando. Desde hace mucho tiempo, en los días de la infancia, la prospera época del cuatrotreinta y la abundancia recadiana, siempre me sentí tentado a demostrar, tanto a las grandes transnacionales que nos limpian la boca, como a mis familiares incrédulos, como a mí mismo y a los abanderados de la paranoia consumista, que no obstante una apariencia de vacío, a todo tubo de pasta de dientes que se ha acabado siempre se le puede exprimir más, bajo el amparo de no me acuerdo cuál de las leves de la termodinámica.

El inicio de esta batalla silenciosa y casi siempre sin audiencia, suele comenzar con una buena presión complementaria de los dedos sobre el tubo cuando este da la sensación de estar débil y sin aliento. Unas semanas más tarde, en el instante en que las maquinaciones del fabricante nos llevan a pensar que se llegó al vacío absoluto, a mí se me agudiza el espíritu de combate. Es el momento de comenzar a ejercer las primeras presiones serias sobre el endeble cucurucho plástico, y tomándolo con firmeza empiezo a apretarlo entre la mano y el borde del lavamanos; en esa etapa, aun sencilla y que no requiere de esfuerzos especiales, debo contenerme para no vaciarlo completamente, ya que ante las primeras presiones la crema suele desbordarse generosa y sin control. Este periodo debe considerarse como el más importante en el aprovechamiento de un recurso artificial no renovable, el cual con inteligencia y el espíritu de ahorro de un monje budista catalán de origen judío y viviendo en Venezuela, se puede prolongar hasta por dos semanas.

Cuando ya el recipiente ha sido bien apretado por todos lados, constato que en la parte superior del tubo y por las roscas de la tapita se ha concentrado suficiente pasta como para limpiarme por un mes, administrando así la peligrosa tentación de derroche que suelen producir los grandes triunfos económicos. Para la época en que los más comedidos de los miembros de mi familia ya van por dos tubos de pasta nuevos, el mío empieza a dar las primeras apariencias de un real agotamiento, pero es allí cuando se inicia la auténtica contienda: vuelvo empezar a apretar desde atrás, pero esta vez doblando el tubo sobre sí mismo, milímetro a milímetro auxiliado con un alicate de presión; de tal forma se da inicio al lento pero productivo proceso de extracción de los residuales pesados del dentífrico que aun producen pasta para tres días.

Concluido este tramo de la lucha, cuando de tanto apretarlo el tubo ha quedado como billetico de vieja, lo desenrollo cuidadosamente, lo abro por detrás, y con una espátula muy fina o un pequeño destornillador de lentes, empiezo a sacarle pequeños residuos de crema que aún me mantienen el cepillo lleno por diez días extras.

 Entonces he llegado al momento de mayor trascendencia para el afianzamiento de mi fe en las posibilidades de la voluntad humana cuando se propone metas imposibles, es la hora de iniciar el proceso de arrase total de la materia dentífrica por la cual he pagado mi dinero: tomando el ya tantas veces martirizado recipiente, lo coloco sobre una mesa y con un movimiento firme de las manos le introduzco un bisturí por el trasero abriéndolo en dos como si fuera una flor. Allí indefensa y sometida a los martirios de la luz para la que no fueron preparadas, aparecen regadas sobre las dos láminas de plástico  las ultimas adherencias fluorizadas, las que por varios días voy raspando directamente con el cepillo hasta ver que ya no queda absolutamente nada.

Es entonces cuando empiezo a pensar en la casi inevitable necesidad de comprarme otro tubo, el cual sin duda, durante casi un año habrá de producirme nuevos retos e inconmensurables sensaciones de alegría.
Autor: Jaime Ballestas "Otrova Gomas"
Fuente: http://donatiu8.blogspot.hu/

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