Autor: Claudio Nazoa. Humorista y Psiquiatra.
Cualquiera puede jalar. No importa la profesión: un constitucionalista, algún magistrado, funcionarios de alta y baja jerarquía, un politiquito emergente y, peor aún, un periodista.
Cualquiera puede jalar. No importa la profesión: un constitucionalista, algún magistrado, funcionarios de alta y baja jerarquía, un politiquito emergente y, peor aún, un periodista.
El jalabola no puede
esconderse. Se nota su actitud servil. Todos lo comentan, algunos con lástima y
otros con rabia e indignación.
El jalabola es consciente
de su ruin condición y, en el fondo, siente desprecio por su alma
inútilmente vendida al poder.
El jalabola es un cobardón
hipócrita que, por quedar bien con el poder al que le jala, es capaz de
mentir inescrupulosa y descaradamente, para desprestigiar y amedrentar a
quienes, a punta de talento, disfrutan del éxito.
El jalabola no puede
comprender que a alguien le vaya bien en la vida sin necesidad de arrastrarse.
El jalabola es,
generalmente, un traidor. Es su condición.
Cuando el jalado pierde su
poder, el jalador habla mal de él e intenta destruirlo porque ya no le es útil.
El jalabola no tiene definido un
perfil ideológico ni político que guíe su destino. Nunca se compromete con
nada. Estará siempre al asecho de quien detenta el poder, para ejercer su
función de jalabola infeliz.
El jalabola es un ser
frustrado y acomplejado. Jamás tendrá brillo propio. Prefiere vivir en la
sombra. Se ampara en la fuerza falsa que proporciona el poder efímero
y circunstancial.
El peor castigo que
sufren estos seres es el desprecio brutal con el que son tratados por
aquellas personas a las cuales les jalan.
En el gremio al que
tengo la fortuna de pertenecer no existe cabida para ningún jalabola.
Sería incongruente ver a un cómico o a un humorista jalando bola, porque lo que
hacemos es echarle muchas bolas para desenmascarar al poder que genera la
jaladera.
Hay un sitio donde la
jaladera de bola no existe: en el escenario. Sobre las tablas, un comediante o
tiene talento haciendo reír al público que pagó por verlo, o fracasa
rotundamente.
El jalabola dice ser
independiente y apolítico, pero cuando toma posiciones lo hace para atacar a
quienes no pueden hacerle daño. Son unos cobardes.
¿Los jalabolas de hoy en
Venezuela sabrán que el mundo se les puso chiquitico, chiquitico, chiquitico?
Ellos no tendrán tiempo ni espacio para esconderse de su ignominia.
¿Cuántos sinvergüenzas
jalabolas ve usted todos los días en el agonizante poder que nos
desgobierna? ¿Tiene usted su lista? Yo, sí. Seguro que es la misma.
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