Argenis Serrano @Humoristech
Ya por
el título usted ha de entender el nivel de mi tarugada. Y es injustificable ya
que ni por amor fue, sino por ese cariño, simpatía, feeling, entendimiento y
carisma que sienten los infantes por mí. Claro, es que los pobres son chiquitos
y no saben. Pero el error mío fue creerme padrino o tío de quien no lo es, esa
imitación sale mal.
Y es que
cuando uno va a comprar algo al abasto como a golpe de 6 de la tarde, luego de
regresar de trabajar y a la hora que la gente que no trabaja también va, para
acrecentar la cola y las arcas de los chinos de dicho abasto, te consigues al
hijo sietevecino de la vecina que estaba chévere y ahora está como si hubiese
parido en un ritual de boxeo: abollada la pobre. Es sietevecino porque no sabe
con cuál de los siete vecinos lo tuvo. A uno le consta que no fue con uno y
ahora ni por enchira va a venir a encasquetármelo.
Pero la
criatura te pela las encías y tú de alcahuete, como esperando que el karma
cósmico te auxilie, le dices la frase que te condena ¿quieres venir al abasto?
Ese bebé no entiende del todo, pero el estirarle los brazos es la seña
universal de que lo van a llevar a algún lado. La peor desgracia es que así van
muchos secuestros porque las mamás no están pendientes.
Más la
madre sí estaba pendiente esa vez…bueno, no, miento por ella. Le dijo una chica
quinceañera que juega con el niño. Allí si están pendientes, cuando un sujeto
bueno y noble y agradable y todo lo chévere del mundo como yo o como usted
piensa que soy yo, le dice al bebé que lo acompañe. Uno le dice al bebé ¡pídale
permiso a su mamá!, el bebé balbucea algo mientras hace el movimiento de ¡arre!
Para que partamos.
Al dar
unos pasos uno suelta al bebé para que camine agarrado de la mano, pero él
corre y se va de lado mientras aterriza de costado. Primer momento incómodo, la
mamá está viendo. Luego el otro momento incómodo es cuando ella dice estas
crípticas palabras ¡bebééééé, dile que te compre algo!
Llegas
al abasto y entre los mini pasillos te tropiezas con la mercancía zarandeando
al muchacho. Gran tino que tiene, ahora que hay poca mercancía, él justo
consigue la que hay y es de vidrio.
¡No, eso
es cloro!, ¡eso es un coleto!, ¿para qué quieres mostaza?, son frases básicas
que uno le va diciendo así lo tengas agarrado, suelto, le dé por gatear, etc.
Las
muchachas y señoras que te ven no te dicen nada sexy, sólo el popular ¡te luce!
¿Cuándo vs a hacer los tuyos?; las chicas no quieren y las viejas no permiten
que sus nietas agarren un ben chico (no soy un buen partido, un buen partido es
Juan Gabriel o Romeo Santos, basié).
Luego de
hacer una gran fila para comprar unos plátanos, yogurt y una pasta corta, estás
cancelando y aquí el bebé recuerda las palabras de su madre y empieza a pedir
todo lo que ve. Bueno, no todo, sólo lo más caro. Uno trata de convencerlo que
coma la popular galleta María o el chogüi ese para niños que llaman Súper Popy
y que tiene el rico sabor a cartón viejo que sólo a ellos les gusta y nada.
Quieren
chocolate Carré (como las secretarias), panqué del más caro, chocolate para
taza y el jugo con las figuritas. Uno
termina comprándoles algo más o menos bueno (no sé cómo desarrollan el ojo para
lo más caro, son capitalistas al parecer) y justamente hay que destapárselos
allí antes que rompan en llanto.
Uno les
da el chocolate con avellanas en la paleta y ellos buscan desesperadamente la
boca y sólo se consiguen la quijada, cachetes, nariz, comisura de la boca y
franela. Cuando al fin la consiguen les queda poco qué comer, pero eso es lo de
menos.
Porque
hay que ir ayudándole mientras pides el pan en la panadería de al lado, que
también está full de gente que va a comprar 2 panes pequeños y 3 cajetillas de
cigarros o al que le provoca pedir café. Luego a esperas si el pan que tú
quieres, sale. Al rato, cuando ya el bebé se comió la crema para untar y la
paletica que le hiciste soltar con la maniobra de Heimlich te dicen que el pan
que va a salir no es el que quieres, sino del que no te gusta y no está dorado.
¡Dámelo! Es la frase con decepción que espetas mientras le dices al bebé ¡ya
nos vamos!, por nosécualgésima vez.
Allí
debes cargar a la criatura, estar pendiente de los carros al pasar la calle,
una habilidad que no es natural en solteros sin hijos. Con ese miedo pasas y
apenas llegas al borde cerca de tu casa y por la agitación al cruzar,
¡ZUÁCATA!, se te vomitó el bebé encima.
¡Qué
compendio de sensaciones en contra de la paternidad, de ti mismo, del padre que
le abandonó y del dueño de la chocolatería que hizo el dulce ese, te vienen a
la mente, corazón, alma y bilis!
Vas
corriendo dándole tanganazos en la espalda al bebé no sea cosa de que se
ahogue. Llegas a que su mamá y se lo das. Gran descarga que te toca y tú ni le
ripostas, porque es menos de lo que te mereces y que te dirás ante el espejo.
Luego,
en tu casa, después de bañarte y botar la camisa porque te niegas a ponerte
algo vomitado y aparte te estás diciendo ¡puedo pagarme otra, no tengo bebés!,
esgrimes quién sabe cuántas ideas en contra de la maternidad, el uso del
condón, el que les falta buena crianza a los niños ajenos y la frase de “el que
con niños se acuesta”, aparte de muchos rezongos contra los vecinos por
tenerlos y contra ti por estar congraciándote con niño ajeno, más cuando sabes
que tus vecinas no te quieres como un amigo y menos, como vecino.
Ahora, te comes tus dulces solo, vas a los sitios a disfrutar solo, te compras tu PS3 y juegas solo, cuando hay piñata en la comunidad te largas y si ves a los hijos de tus vecinos les dices ¿cómo está usted vecino?, ¿bien? ¡Me alegra mucho, hasta luego!, mientras muerdes una galleta Susy o te paladeas un helado Magnum, esos que por el precio, son un atraco a la par que con la otra mano pones un video de la comiquita de moda en el celular y se las enseñas meneando la mano, mientras la mamá está viendo a otro lado y la chica de 15 no te sapea.
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