Este título lo utilicé hace
un par de años en este blog, más por un error de sistema se perdió.
No cambié
el nombre por que me da flojera.
Vean. Mis navidades, como las de
muchos, comienza en diciembre. Hay muchos otros que comienzan en noviembre,
otros en octubre o septiembre, por ser los meses “bre” (pá be-bré aguardiente),
quizás porque comienza la temporada de gaitas –gaitas los reales rapidito- o
por que es un mes de maravillas.
Por ello comienzan en esos
meses a festejar, excepto en Imgeve cuando existía, que en agosto ya era navidad y en diciembre te
clavaban…la inicial.
El primero de diciembre lo comenzaba con un cassette llamado
“Navidad con las Estrellas”, en el cual Oscar D´ León interpretaba el "Aguinaldo
Venezolano" en una versión tan buena que hasta el Maestro Vicente E. Sojo
hubiese echado un pie con la Virgen María. San José, como siempre muy tranquilo
agarrado del báculo para no caerse con la cornamenta.
Luego la colocación del
arbolito (si, arbolito, acá en el país hay pinos y no veo lo malo de compartir
las tradiciones del mundo). El mismo tenía un ritual que consistía en:
calentera de mi mamá por tener que raspar las manchas de pintura que dejó mi
papá atorado por dejar de pintar pronto para cumplir con el mes “bre”, lavar
los pisos, pulir, recoger todo lo del año, comenzar a armar el árbol, darse
cuenta que las ramas estaban mal numeradas y que quedó culipandeto, pasarle el
secador de cabello a los pelitos de las ramas pues parecía un gato mojado,
toser por lo polvoriento que se pone eso, probar los bombillitos, ver que la
vaina estaba quemada, salir a comprar unas luces nuevas, regresar cansada y
comprobar que 3 luces estaban quemadas y los repuestos también, salir a
reclamar en vano porque eso no tiene garantía y comprar otras, venir más mamada aún y caliente pues no quiere dejar eso para el otro
día, poner las lágrimas aparte de las que tiene del sulfuro que ha pasado, recoger
las bolitas que se quebraron, encender las luces, apagar la luz de la sala para
admirar el trabajo y decirse “esto como que le falta luces, pero ya será el año
próximo”.
De inmediato pasaba a hacer
la cena mientras sacábamos las figuritas del nacimiento. A toser más aún con el
polvillo ese (nota aparte: Mistolín vendeo vendía un producto llamado “Olor a Navidad”,
si envasaron el olor a ceniza y tierra de los adornos, les aconsejo no comprar
esa guarandinga).
Empezar a crear una pintura
verde que queda marrón negruzca para echarle al papel bond, arrugarlo, hacer la
montaña con las cajas de zapatos, instalar todas las figuras, casitas, fuente
hidroeléctrica, carritos de bomberos, bares, salas de bingo, centros
comerciales y escaleras mecánicas del nacimiento, para rememorar aquellos
tiempos de Jerusalén, que en la actualidad no han cambiado, pero el modernismo
exige y esas miniaturas estaban en la casa, qué le íbamos a hacer.
Luego al admirar el
nacimiento, el arduo trabajo, nos halagaba y daba la paz merecida, la sensación
real de la Navidad. Entonces mi papá se daba cuenta que había dejado los
zapatos nuevos en una de esas cajas y comenzaba el desmontaje.
Los días subsiguientes eran
de estudio y trabajo con ganas de arrancar pronto. La carta al Niño Jesús la
debía hacer antes del 15 de diciembre pues el Niño Jesús debía cuadrar la
quincena para los regalos. Aún me pregunto en qué trabaja él, si tiene permiso
de la Lopnna y por qué carrizo no ahorra desde antes para la muchachada.
Llegaba el día 21 y nadie
hablaba del espíritu de Navidad, hasta que llegó esa gente rara que echa el
tabaco, se fuma las cartas y enciende unas varillas de drogas naturales
legalizadas para perfumar y poner a la gente en otra onda a hablar de ello.
El espíritu de la Navidad
antes no tenía fecha, pero toda esa mercadería había que vendérselas a los
ingenuos, en especial una imagen que debió crear la Mattell (diseñadores de la
muñeca Barbie), sobre San Nicolás, ya que ese espíritu de la Navidad se parece
a él pero delgado, con una bata larga, los ojos hacia el cielo, la mano en la
cintura, con colores pasteles… en fin, el propio santa gay.
Llegaba el día 24, como en
mi casa somos 3, no hacemos hallacas, las recibíamos y a cambio se hacían
galletas de mantequilla o torta negra. Luego esperaba la hora de irme a dormir
para que el Niño no me viese despierto. Actualmente muchos niños lo
esperan despierto para ver si le pueden quitar lo que trae.
Seamos sinceros, una
Navidad sin cohete, le falta gusto y placer, por eso a mi me gusta cohete, me
fascina cohete, quiero siempre cohete.
Lo que sucede es que el machismo hace
que los adultos lancen los cohetes agarrando la vera con la mano, dándoselas de
duros con aquello de “esas chispitas no queman”, para el otro día hacer que sus
parejas les estén frotando con vaselina. Hay que estar de acuerdo en que los
adultos usan esos fuegos y los niños y niñas vean y corran de gozo. Nosotros
siempre corríamos, pues los adultos lanzaban los fosforitos y matasuegras…a
nuestros pies.
Ahora hay unos cohetones
con los cuales se puede abrirle fácilmente un boquete a una bóveda de
seguridad. Hay quienes las lanzan por los conductos de basura de los edificios
(sí, yo lo hago), alborotando a las ratas lo que hace que más de uno tenga que
agarrarse los ruedos de los pantalones con las medias y las que tengan vestido
¡a correr!.
Eso sí, los niños que piden
camiones de bomberos en Navidad, ven unos cuantos llegar, con ambulancias,
rescate, etc.
El día 25 veía mis regalos.
Todos los años los juguetes venían con una tarjeta que decía “pórtate bien y
hazle caso a tus papás”, que me emocionaba mucho, en especial que el Niño Jesús tuviese la letra igualita de fea como la de mi papá.
Acompañando lo que le
pedía, me traía un paquete de creyones, no sé por qué, ¿será qué el “creyón”
que yo iba a ser pintor o dibujante?.
Hasta los 12 años me trajo
regalos. A estas alturas, no me molestaría encontrar un paquete de creyones
bajo el árbol, de pana que lo digo en serio.
Luego salir a jugar con mis
juguetes nuevos. Los demás niños guardaban los suyos para utilizar los míos, yo
me decía que quizás no les habían traído algo bueno, porque los juguetes míos
eran de calidad y se comprueba porque como les costaba a ellos echármelos a
perder, insistían hasta el cansancio.
Sus papás no les dejaban
sacar los suyos pues esos juguetes podían salvar el resto del año en cualquier
casa de empeño.
El día 28 de diciembre es
mi día favorito, pese a que lo conocí de la peor manera, ¡cayendo por
inocente!. Aún recuerdo que mi vecina me dio una caja de zapatos forrada, me
emocioné (y asusté pues bien pichirre que es), cuando la abrí había un poco de
piedras y el papelito ese que reza ¡caíste por inocente!, me dio mucha risa y
resignado acepté la broma.
Han pasado como 20 años y
ella aún no sabe quien es el que le pone la bolsa de basura en el jardín de su
casa a diario.
Llegado el 31, nos íbamos a
visitar a mi abuela en Caracas y mi papá se quedaba vigilando la casa. Acá les
hago una acotación, salgan a pasear esos días y dejen a alguien cuidando, pero
nunca piensen que todo estará bien o mal; igual paseen para que no se traumen,
sólo una vez se quemó la casa un diciembre por culpa de un silbador (fuego
artificial que silba al ser encendido y busca directo la cara de quien lo
enciende en retaliación).
Muchos vecinos fueron
diligentes y apagaron las llamas de mi casa, llamaron a los bomberos, eso
siempre se los agradeceremos de corazón, tanto es así, que lo que saquearon de
nuestra casa nunca se los hemos reclamado.
Hasta me acostumbré a
dormir en un sofá, hasta el 7 de enero cuando abrieron la colchonería para
comprarme la cama nueva.
Pues, como les decía, el 31
era en casa de mi abuela, el día transcurría de los más normal, salíamos por
las compras de último minuto pues el día primero nada abría (así debería de
ser, sino estuviese el país pelando tanta bola y la gente se tomase un descanso
familiar verdadero).
Veíamos a los vendedores de
pirotécnicos agazapados en las esquinas pues la policía se los confiscaba y
metía en chirona, por una vieja y ya perdida costumbre de acatar las leyes. Los
buhoneros te decían “traki – traki” y uno les decía “le hago”.
Llegada la noche, la cena
familiar, todos trajeados de manera elegante, sin andar como unos
zarrapastrosos que reciben el nuevo año en toalla o shorts (tengo primos que hacen eso por un machismo bien bolsa).
Aquella mesa full de
comida, mis tías, tíos, primos felices, veíamos los fuegos artificiales desde
el balcón y minutos antes de las 12, buscar sintonizar Radio Rumbos, para
escuchar el cañonazo desde la planicie; ir preparando las 12 uvas que según la
tradición hay que comerlas una con cada campanada; como eran de las moradas que
son pequeñas pero traen 5 semillas cada una y la concha dura, en el intento de
comerlas con cada dong, dong, uno llegaba a la sexta y se te venía el buche o
comenzaba la asfixia mecánica.
En vano buscaba el baño
pues mi abuela colocaba su mueble frente a la puerta del mismo y ese obstáculo mas su volumen
hacía el acceso dificultoso. Me iba al balcón a sacar el nepe y mientras los
demás brindaban o veían los fuegos artificiales, yo trataba de atinarle con el
vómito a las macetas de la señora del piso de abajo.
Luego, salíamos a dar el
feliz año. Nunca olvidaré como los chicos del edificio donde mi abuela vivía,
se les ocurría lanzarle las botellas a los de enfrente. Las luces multicolores
crecían entonces con los cubiletes de la policía y bomberos que debían ir a atender
esas actividades recreativas.
Hablando de mi querida
abuela, ella tenía la maña de decir “hasta este año llego, quizás este año me
voy al cielo”. Siempre lo decía y yo le replicaba “¡abuela siempre dice eso y
acá está con nosotros, mi abuela sí es!”. El año 92 no lo dijo para no tener
esa discusión conmigo. A principios del 93, me dejó sin despedirse. Abuela
Severiana, te quiero y extraño mucho.
Llegado el primero de enero
íbamos al cine (de los pocos lugares que justifico funciones ese día). Me comía
todo lo que quedaba y el 2 de enero hacía mi visita al ambulatorio con ese
colon dando sus pataditas. El 3 o 4 de enero nos regresábamos pues mi papá no
sabe cocinar muy bien y ya estaba cansado de hallaca recalentada.
Un día 5 de enero perdí un
diente y se lo puse al ratón, al día siguiente entre él y los reyes me dieron
35 bolívares, que en 1984 eran unos reales buenos jeje.
El día 7 comenzaban las
clases. Ese día trataba de llegar tarde de la escuela para no encontrar a mi
mamá rezongando pues las luces del arbolito no se pueden meter en el paquete
otra vez, que se quebraron muchos adornos, etc. Lo mismo ocurría el 3 de
febrero, luego de retirar el nacimiento.
En la actualidad, hace
mucha falta la magia de la Navidad; el politizarla, verla como negocio y
representarla sólo en comida, bebida y bonche, las han disminuido. Ojala ocurra
un milagro verdadero de Navidad y podamos hacerla más maravillosa al
comprenderla en todo su valor, el que Dios nos otorgó al dejar que su
primogénito, viniese a salvarnos.
Con respecto a los 31,
trato de subirme al techo de mi casa luego de abrazar a mis padres, para ver el
cielo, los fuegos artificiales, pensar con el corazón en el lo que viene y muy
especialmente evitar que vengan las viejas libidinosas a querer abrazarme pues
eso empava y no levanto cabeza en todo el año.
(Viejas se les dice a las
aprovechadas) a las maduronas o ancianas buenas -como las que leen esto- que
son simpáticas como la abuelita de Heidi, como la mía que ya les nombré o la
abuela de la cuña del cable, no hay por estos lares.
Las viejas feas éstas en todo el año no te
saludan y ese día quieren agarrar a chicos tiernitos, jugosos y esponjosos como yo para
mallugarnos.
Así más o menos, las recuerdo.
Tomado del libro: "LIBRO AUTO-FINANCIADO QUE NINGÚN EDITOR ME QUISO PUBLICAR" (2012). Autor: ArgeNis Reinaldo Garnica Serrano - @Humoristech
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