El mundo dinámico de hoy nos exige pensar, actuar y andar a full velocidad. Para ello estamos criados y así nos acostumbran propios y extraños; luego seremos nosotros los eslabones que continuarán la cadena de la rapidez aunque no tengamos un destino fijo, ya que lo importante, es correr.
Desde pequeños somos llevados a toda velocidad en los coches, en especial si es nuestro padre el que lo empuja, sea porque el coche le queda muy bajo, él no es para ese tipo de acciones o cree que los bebés se están divirtiendo al ir rápido, cuando lo que están es ahogados del susto y en búsqueda de inducirse al llanto para evitar una sofocación.
Luego en la edad escolar nos ponen en el camino a verdaderas personas amantes de la velocidad: Los chóferes y choferesas de transportes escolares. Es ejemplar como toman las curvas, adelantan autos, burlan camiones de carga, saltan islas, etc., todo por llevarnos a tiempo al colegio y reducir las tardanzas cuando deben frenar de golpe y devolverse porque el bulto de Barbie de una de las niñas se cayó del techo, por esa extraña manía de no amarrarlos. Los padres siempre se admiran de su puntualidad, más nunca se han preguntado cómo con tanto tráfico llegan a tiempo y sus hijos siempre con ganas de ir al baño y un leve schock o estimulación, sea el índice de adrenalina y espíritu extremo del infante.
Cuando jóvenes llega el período de las patinetas, saltando una y otra vez, pasando sin respeto alguno entre aquellos pobres mortales que aún caminan y no saben las bondades del “skate-board”. Luego antes de los 18, porque los padres le cubren la sinvergüenzura, el primer carro, que no va muy rápido pues es el viejo de papá que ya tiene uno nuevo, mismo que será usado sin su consentimiento muy pronto por su retoño sediento de velocidad. La adrenalina así lo exige y los padres no pueden ir contra el “Flash” que lleva por dentro la juventud.
En la adultez, el tener una licencia y carro propio es sinónimo de velocidad. La misma disminuye al ir al trabajo, funcionando como excusa alguna “fallita” que no se halla. A la hora de ir a almorzar o de regreso al final de la jornada, el reto es pasar los 100/Kmph en zona urbana y con tráfico pesado. No es imposible, pues toda la semana lo ha hecho, excepto cuando vio a los de tránsito.
En otras etapas o circunstancias de la vida (sin carro, apurado, lloviendo, enfermo, otra ciudad, etc.) el perfecto proveedor de velocidad es un taxi. Curvas tomadas en perfecta L, sobrepasar a unos colegas taxistas para tomar un cliente que vio en lontananza y eso que ya lleva un pasajero, escribir mensajes y hablar de política con su pasajero mientras se olvida por completo de que existe un pedal para el freno, es el aporte del chófer de taxi a nuestra adaptación a la velocidad.
¿Qué efecto contrario tiene la velocidad y el conducir?. Pregunta tonta y respuesta obviamente triste de decir. Alegar que así nacen los accidentes viales, se enlutan hogares, se hacen daños en la propiedad ajena, no te hace más hombre o mujer conducir así, el derecho ajeno a estar seguro, ya son alegatos sin fundamento. Siempre lo han sido.
Mis cinco verdades en torno al tema velocidad, son las siguientes:
1) Cuando vas rápido, generas endorfina y adrenalina. La misma que cuando llegas a casa y nadie te para, te crea hostilidad que no reprimes y la expulsas en contra de los tuyos, pero ¿ellos qué culpa tienen de que te sientas Meteoro o Milka Duno?.
2) Es mentira que te sobrará más el tiempo de calidad para otras cosas, lo que da ese tiempo es la planeación.
3) Competir con los demás para llegar primero no te dará medallas, pero sí posiblemente multas o unos peinillazas cuando vayas preso.
4) Cuando aplicas la velocidad, siempre terminas chocando contra algo caro (una vida, una joyería, una patrulla).
5) Ir rápido por querer ir a ver a tus hijos a casa, puede revertirse y transformarse en que ellos vayan a verte a ti al hospital.
Desde pequeños somos llevados a toda velocidad en los coches, en especial si es nuestro padre el que lo empuja, sea porque el coche le queda muy bajo, él no es para ese tipo de acciones o cree que los bebés se están divirtiendo al ir rápido, cuando lo que están es ahogados del susto y en búsqueda de inducirse al llanto para evitar una sofocación.
Luego en la edad escolar nos ponen en el camino a verdaderas personas amantes de la velocidad: Los chóferes y choferesas de transportes escolares. Es ejemplar como toman las curvas, adelantan autos, burlan camiones de carga, saltan islas, etc., todo por llevarnos a tiempo al colegio y reducir las tardanzas cuando deben frenar de golpe y devolverse porque el bulto de Barbie de una de las niñas se cayó del techo, por esa extraña manía de no amarrarlos. Los padres siempre se admiran de su puntualidad, más nunca se han preguntado cómo con tanto tráfico llegan a tiempo y sus hijos siempre con ganas de ir al baño y un leve schock o estimulación, sea el índice de adrenalina y espíritu extremo del infante.
Cuando jóvenes llega el período de las patinetas, saltando una y otra vez, pasando sin respeto alguno entre aquellos pobres mortales que aún caminan y no saben las bondades del “skate-board”. Luego antes de los 18, porque los padres le cubren la sinvergüenzura, el primer carro, que no va muy rápido pues es el viejo de papá que ya tiene uno nuevo, mismo que será usado sin su consentimiento muy pronto por su retoño sediento de velocidad. La adrenalina así lo exige y los padres no pueden ir contra el “Flash” que lleva por dentro la juventud.
En la adultez, el tener una licencia y carro propio es sinónimo de velocidad. La misma disminuye al ir al trabajo, funcionando como excusa alguna “fallita” que no se halla. A la hora de ir a almorzar o de regreso al final de la jornada, el reto es pasar los 100/Kmph en zona urbana y con tráfico pesado. No es imposible, pues toda la semana lo ha hecho, excepto cuando vio a los de tránsito.
En otras etapas o circunstancias de la vida (sin carro, apurado, lloviendo, enfermo, otra ciudad, etc.) el perfecto proveedor de velocidad es un taxi. Curvas tomadas en perfecta L, sobrepasar a unos colegas taxistas para tomar un cliente que vio en lontananza y eso que ya lleva un pasajero, escribir mensajes y hablar de política con su pasajero mientras se olvida por completo de que existe un pedal para el freno, es el aporte del chófer de taxi a nuestra adaptación a la velocidad.
¿Qué efecto contrario tiene la velocidad y el conducir?. Pregunta tonta y respuesta obviamente triste de decir. Alegar que así nacen los accidentes viales, se enlutan hogares, se hacen daños en la propiedad ajena, no te hace más hombre o mujer conducir así, el derecho ajeno a estar seguro, ya son alegatos sin fundamento. Siempre lo han sido.
Mis cinco verdades en torno al tema velocidad, son las siguientes:
1) Cuando vas rápido, generas endorfina y adrenalina. La misma que cuando llegas a casa y nadie te para, te crea hostilidad que no reprimes y la expulsas en contra de los tuyos, pero ¿ellos qué culpa tienen de que te sientas Meteoro o Milka Duno?.
2) Es mentira que te sobrará más el tiempo de calidad para otras cosas, lo que da ese tiempo es la planeación.
3) Competir con los demás para llegar primero no te dará medallas, pero sí posiblemente multas o unos peinillazas cuando vayas preso.
4) Cuando aplicas la velocidad, siempre terminas chocando contra algo caro (una vida, una joyería, una patrulla).
5) Ir rápido por querer ir a ver a tus hijos a casa, puede revertirse y transformarse en que ellos vayan a verte a ti al hospital.
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