Tío Tigre y Tío Conejo®, dos personajes
emblemáticos en la narrativa venezolana. Obras de Antonio Arraíz de gran valor
educativo. Con esto no deshonro su legado, sólo utilizo los personajes para
presentar un cuento actual…muy ficticio (porsia).
Tío
Tigre era el duro en la comarca. Presidía al pueblito de San Pindongo. Tenía a
su mando a un escuadrón de jalamecates como Tía Mapanare, Tío Zamuro, Tía
Alacrán, Tío Sapo, Tío Hiena, Tío Escorpión, Tío Mapurite y los hermanos Tío
Pato, unos más Pato que los otros tíos.
Sucedía
que Tío Tigre quería todo el poder, creando grupos de choque y gente chocante
en otros predios. Había tanto tío que no había lugar donde no hubiese un me-tío
como cizañero averiguador de turno que le llevaba los chismes a Tío Tigre para
que éste los espernancara, no sin antes nombrarles la madre que…perdón, la Tía
que les parió.
Había
otro grupo de Tíos nobles que sabían de Tio-ría política y democrática, con
pequeñas cuotas de poder ganadas luego de subsanar sus propios errores y creer
en ellos mismos. El que los comandaba era el inimitable Tío Conejo, noble,
agradable, emprendedor, soñador y muy aplicado. En ello labró su confianza y
aunque no era un gran orador como Tío Tigre, invertía ese tiempo en trabajar
para que sus acciones hablaran por él ¡y bien que lo hacían!.
Había
que elegir al nuevo dirigente de la comarca y Tío Tigre, alzado y creído, pese
a estar bien abollado, feo, de mal aspecto y lleno de rayas y no preciso las de
su piel, sino de las actitudinales y administrativas, que traían al pueblo de
palacio a rancho hediondo, se volvió a lanzar. Tío Conejo también lo hizo.
Tío
Tigre se enfrascó en querer devorar con sus acciones y las de sus secuaces a Tío
Conejo, que por su parte se ocupaba de
aplicar una especie de arte milenario japonés que trajo Tía Grulla de aquellas
tierras, llamado el “Tío Jiujitsu”, utilizando la fuerza negativa de su
adversario en su contra, sin perder la calma. Eso se lo aprendió al poderoso regidor del Japón, Tío Godzilla.
Tío
Conejo le pedía a sus seguidores que se reproducían más que conejo…perdón
(juego de palabras), que cada vez eran más y con más confianza y civismo, les
solicitaba que no se olvidaran que todos eran hijos del mismo Tío Amalivac. Que
había que recuperar la convivencia.
Que sí
algún seguidor de Tío Tigre o él mismo les ofrecían algo, supieran que eso es
simplemente un detalle material o tácito que no les compraba, sólo era para
departir al final. Que un voto se ganaba con acciones, no buenas razones. La consigna
era “bébales el whisky, baile con ellos, jueguen, vayan al cine, compartan,
sosténgale la escalera, pero vote por quien usted decida luego de haberlo
pensado con mente y corazón”.
Tío
Tigre se moría con esto. Llegó el día de las votaciones y cual Tío Panda contra Tío Buey,
Tío Conejo le metió medio p…digo, dispensen niños..., Tío. Conejo le ganó en buena lid. A partir de allí tocó
resolver muchas cosas que quedaron pendientes, entre ellas recordarle a la
gente que era un solo ser y que todo era gradual, nada de soluciones mágicas. Todos aprendieron a convivir, sin ser silvestres ni domésticos, sino siendo ellos mismos y aportando.
Mientras,
Tío Tigre seguía nombrándole la Tía Coneja al nuevo mandatario pero ya sin
poder sin lambiscones, se retiró a sus
tierras que no le tocaron porque Tío Conejo no llegó para ser malo, sino para ser
justo y trabajar en lo que debía. Tío Tigre comenzó a cosechar los vientos que
sembró, hablar con Tía Vaca, a la que mató de aburrimiento, con un micrófono y
una cámara que se llevó de TTV (Tío TV), para hablar como de antaño hacía, sin
nada nuevo o bueno que decir.
Fin
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