Autor: Reuben Morales
Sometido a días de transmisiones, pude descubrir cuál es el perfil que se requiere para ser narrador de fútbol. Más allá de saber del deporte, se necesitan una serie de técnicas expositivas, histriónicas y argumentativas para entrar a este selecto grupo de periodistas.
En primer lugar, debes ser capaz de decir la misma frase tres veces, pero usando sinónimos. Por ejemplo:
- “La selección de Brasil se desenvolvió bien sobre el engramado, logrando que el balón burlara al portero y penetrara la arquería”.
- “La auriverde voló sobre la alfombra de césped, cual Aladino, haciendo que la brazuca le diera un saludito al arquero y se metiera entre los tres palos”.
- “El brasilero le metió un coñazo que sacó un taco de grama y metió esa vaina”.
Otra característica de todo narrador de fútbol es la de asumir que todos tenemos una memoria prodigiosa. Siempre dicen cosas como “¿Y quién no recuerda el gol de Cayasso ante Escocia durante el Italia ’90?”… ¡Yo!… Yo no lo recuerdo, gracias.
Una cualidad es la de querer educar al público con historia universal mediante la narración del juego. Me parece excelente, pero a veces son datos tan rebuscados que terminan quedando como la ventana que tiene el narrador para ufanarse de que sabe mucho de historia. Dicen cosas como: “Ahí vemos a Robben listo para cobrar el penalti frente a Casillas. Un uno contra uno, como Cleopatra y Julio César”. Si quieren que la cosa permee más, usen hechos más conocidos: “La selección de Irán es como los Simpsons: en la portería, una Marge que administra bien al equipo; en el medio campo, una Lisa que distribuye bien el balón y en la delantera, un pícaro Bart. Lo malo del equipo es que su técnico es un Homero”. Y si se quiere ser más generacional, valen ejemplos como: “Estos delanteros buscan penetrar la red como sea. Parecen los novios de Candy Candy”.
Cuando el partido está aburrido, el narrador pasa a convertirse en guía turístico de la localidad en la que se juega el partido: “Estamos en Río, la ciudad del Pan de Azúcar, las lindas playas y el bossa”. Información que nunca está de más, pero si quiere ser más útil, pueden aportar datos más concretos: “Y en Río hay un tipo que raspa cupos Cadivi en un quiosco de Copacabana, pero si planean irse de Venezuela, hay un tipo que falsifica residencias debajo de las gradas del sambódromo”.
Si alguien quiere ser narrador de fútbol debe pasar el test de capacidad pulmonar para saber por cuánto tiempo puede gritar la palabra “Gol”. El requisito mínimo es de quince segundos, aunque se supo de alguien que logró un “Gol” sostenido de dos minutos y medio (dicen que fue el apneísta Carlos Coste echando broma con sus amigos).
La otra característica fundamental es la de relacionar cada hecho del juego con una marca: “Pase de Coca-Cola, cabezazo de Dol, golazo de McDonald’s…”. El problema es que hay narradores que se quedan pegados y terminan haciendo esto hasta en citas románticas: “Aceptase salir conmigo: una cita Visa. Ahora te agarré la mano: una agarrada Nivea. Viene el primer besito: un besito Colgate. Ahora una quitada de sostén del Palacio del Blummer… ¡y tenemos un gol!… ¡Gooooooooooooooooooooooooooooooool de Durex!”.
En definitiva, una gran coordinación ojo-boca-cerebro para hacer de la oratoria todo un arte a la hora de narrar fútbol. Un oficio sumamente difícil. Algo que no podría hacer cualquier presidente.
Fuente: www.reubenmorales.com
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