Reuben Morales en su ropa de domingo |
Ya con 33 años de experiencia puedo asegurar que el
domingo es el día menos relajante de la semana. La tradición te vende el
domingo como el día idóneo para descansar, tan bueno como un candidato
presidencial o como una cuña infomercial de vacaciones soñadas. Sin embargo,
una vez que llegas a estar inmerso en él, es como una arena movediza que te
consume lentamente.
Comienza el día con un “¡levántense que se va a
enfriar el desayuno y se tienen que bañar y vestir para llegar a la reunión de
la familia!”. Se mete a bañar toda esa tropa de gente, dejándote de último.
Mientras esperas tu turno, en la computadora suena el nuevo estímulo de Pavlov:
el repique del Skype.
“¡Ay, es tu tía! ¡Pónganse bonitos para salir en la cámara!”. Desde ese
momento, te encuentras empotrado frente a una cámara por unos veinte minutos,
calándote gritos de todo el mundo (pues algunos piensan que por Skype se debe hablar a un
volumen necesario para que la otra persona te escuche, pero como si le
estuvieras gritando por la ventana), recibiendo peticiones para que
restablezcas la conexión porque se cayó la llamada y estrujamientos para que
toda la familia se vea en la toma.
Termina el Skype y te toca bañarte. Te dejaron pura
agua fría, pero aguantas el latigazo hídrico con el fin de oler bien, pues.
Sales medio zombi todavía, te vistes ligero, pues es un día para descansar de
formalidades, y escuchas el reclamo: “¿Pero a dónde crees que vamos? ¡Vístete
bonito!”. Entonces te cambias y siguen: “Pero eso está arrugado. ¿Piensas ir
así?” Tratas de solventar la situación buscando algo más en tu clóset, pero ves
que es la única camisa bonita limpia que te queda.
Salen de la casa y apenas abres la puerta de la
calle, ese solazo penetra tus pupilas como un equipo de fútbol americano que te
da un tacle. Uno se siente Fresita saludando a un Señor Sol que te dice: “¡Mua,
ja, ja, ja, ja!… ¿Pensabas que hoy te ibas a salir con la tuya? ¡Noooooo! Hoy,
más que nunca, eres una oveja más del rebaño. ¡Mua, ja, ja, ja, ja!”.
Llegas a la fulana reunión y, por alguna extraña
razón, (y aunque es en vestimenta casual) siempre hay un familiar al que le da
por involucrar a muchos invitados a jugar con un balón en la grama. Entonces,
antes de comer, te ponen a correr, a sudar, a tirarte en grama… Tú lo que
piensas es: “Me hubiera dejado la ropa cómoda que pensaba ponerme para un
domingo”. Pero no, el domingo es eso: el arte de sudar y ensuciarte sin estropear
tu pinta.
Superado eso, llega el reto central del domingo:
ingerir una comida diseñada para darte la mayor cantidad de sueño con el fin de
sobrevivir la sobremesa más larga del mundo. Muchos caen en el camino, pero la
batuta la llevan los más aptos: los bebedores de café. Estos son capaces de
alargar una hora del burro dominguera hasta límites casi intolerables para la
raza humana. Lo curioso es que todo esto a veces ocurre en locales que llaman
“de ambiente familiar”, que no sé por qué los llaman así. Si fuesen de ambiente
familiar, uno caminaría por ellos en interiores, eructando o montando los pies
en las sillas.
Finalmente las masas reivindican su poder,
arrastrando a este líder cafetero para la casa. Llegas pensando que al fin vas
a descansar, pero no. Tienes que preparar toda la logística para funcionar el
resto de la semana. Terminas el domingo abatido. Fue por esto que el gran Mark
Twain, reflexionando sobre este día, sentenció: “La semana es un espacio de
tiempo fabricado para descansar del trajín del domingo”.
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