Afortunadamente he contado con muchas ocasiones para viajar durante mi vida. Cuando lo hago me gusta escuchar a la gente. Sin embargo, desde hace unos 16 años para acá, nunca faltan personas cuyo abordaje hacia un venezolano en el exterior es el siguiente: “Es que tú no entiendes lo que está pasando en tu país”. Antes me molestaba la facilidad con la cual emitían dicho juicio, pero ahora, años después de reflexionar sobre sus análisis hacia Venezuela, les doy la razón: yo no entendía lo que estaba pasando en mi país.
Por dicha los años traen madurez y nuevas perspectivas de vida. Ahora todo me luce claro. La estrategia subyacente en Venezuela viene claramente influenciada por una filosofía hedonista. Cuando no encuentro desodorante, por ejemplo, están es reeducándome para evolucionar a un tipo de sociedad más adelantado, europeo, donde abundan los olores corporales. Así mismo me están ahorrando trabajo para luego no limpiar las duras y manchadas axilas de mis camisas.
Cuando no encuentro carne de res, es una clara invitación a cuidar mis arterias, mi nivel de ácido úrico y evitar el genocidio de animales útiles para jalar carretas y arados. Cuando no encuentro champú, nos están haciendo un llamado a no lavarnos el cabello para poco a poco irnos dejando “dreadlocks” con el fin de ser más rastafaris y así salir de los vicios de la “Babylon”. Cuando la mayoría de mi familia ya no vive en el país y se me hace muy cuesta arriba pagar un boleto de avión con el fin de visitarlos; es una clara señal para soltar amarras de esa dependencia psicológica y así ahombrarme, crecer, madurar, labrar mi propio destino y dejar de ser un consentido.
Cuando no encuentro repuestos o aceite para mi carro, es una señal para ser más ecológico y dejar el sedentarismo. ¡Debemos trotar y caminar! Te diviertes más en el trayecto mientras bajas el colesterol. Cuando escasean medicinas para un grave paciente hospitalizado, es una clara invitación para confiar en el poder de autosanación del cuerpo. Cuando no hay pastillas anticonceptivas por ningún lado, es un llamado a procrear para vivir durante más veces el bello milagro de la vida. Cuando no se consiguen pañales, me alegro, pues mi bebé aprenderá a controlar sus esfínteres antes de lo normal.
Cuando lees estadísticas mundiales en donde Caracas es la ciudad más peligrosa del mundo, es una lección para aprender a apreciar más tu casa. ¿Hay necesidad de salir a coger calle a cada rato? ¡No! El lugar de uno es la casa y en la casa debe estar. Cuando no encuentro jabón para lavar la ropa, es una bella invitación a restregar a mano los sucios trapos en una refrescante quebrada. Cuando se va la luz es una señal budista de meditación: “Renuncia a la tecnología, renuncia a la vista, deja de ver el mundo exterior y mira a tu interior. Allí está toda la sabiduría”. Cuando la luz vuelve y tu nevera no enciende más, es que ya estaba muy viejita y necesitaba reemplazo.
Pero la buena vida en exceso termina cansándolo a uno. Tanto bien degenera en depresión. ¡No puede ser! ¡Nosotros los venezolanos pasándola tan bien cuando otros países sufren tanto! ¡No se puede ser tan egoísta en esta vida! Por eso uno decide emigrar a otro país y cuando llega allá, nunca falta un lugareño que le pregunta a uno: “¿Y por qué te viniste a vivir para acá?”. A lo cual uno responde gustosamente: “Es que tú no entiendes lo que está pasando en tu país”.
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