La broma macabra es la
historia de Alí Meléndez, una persona amena y alegre que supo valorar la vida
en demasía, sin importarle haber nacido con discapacidad para caminar, cosa que
era una de las mayores molestias de los envidiosos que no podían tolerar que él
no se echara toda su vida a morir por su condición.
Alí era un gestor. Tenía una
humilde gestoría en una casa vieja cuyo techo era de palafitos (caña seca),
revestida con yeso. El baño era de color rosado en su sanitario y lavamanos,
con una puerta que se abría sola y obligaba atención del usuario.
A él no le importaba el
entorno, sólo sus muebles derruidos para atender al público, que ya para los
años setenta cuando los compró, eran viejos.
Su máquina de escribir, su
escritorio y el mejor bolígrafo Paper – Mate eran todo lo que necesitaba para
su trabajo de gestor de documentos; eso y su viejo carro marca Opel, el cual
manejaba con el uso de sus muletas y diestros movimientos de sus axilas.
Todo esto molestaba incluso
a sus propios hermanos, que le visitaban para quitarle clientes en su cara, por
la seguridad de que él no se iba a parar a corretearlos. No imagino cómo serían
las fiestas de Navidad de esos seres que respiran, supuestamente, personas.
Nuestra amistad
El padre de quien suscribe,
tenía su negocio a cuadra y media de la gestoría de Alí. Cuando mi padre me
enviaba a sellar su cuadro de carreras
de caballos, el gestor me veía ir y regresar siempre con un granizado de
una fuente de soda cercana; y por ello preguntó vía telefónica a mi padre si yo
podía también sellarle su apuesta de caballos.
Con la autorización,
extrañado la primera vez fui. Me preguntó mi nombre y si entendía la situación
de él para trasladarse a esas cosas. Me dio para sellar el cuadro y que me
comprara un granizado (hielo picado con sabor a tamarindo o parchita) y que le
trajese uno a él.
Luego de un tiempo, ya no
sólo los días de sellado me llamaba; si tenía sed o hambre, me encargaba de
realizarle dichas compras y también algunas diligencias propias de su negocio.
Al menos, las lícitas.
Sí, porque Alí no era un
estafador ni ladrón, pero se le parecía. Cobraba por trabajos que eran
respaldados por diversidad de firmas que él mismo hacía. Veía cualquier firma y
la reproducía con tal precisión y maestría que bien le valieron el apodo que
secretamente le di: “la fotocopiadora
humana”.
La broma macabra
Sus hermanos, deseosos no
sólo de los clientes de Alí, sino de sus posesiones (salvo el viejo Opel y las
muletas), idearon la más macabra de las bromas, aprovechando el día en que el
amigo Meléndez tuvo que ser intervenido de emergencia por peritonitis en un
viaje que hizo a Mérida con ellos.
Primero, le dejaron solo en
el hospital, sin dinero y documentos (ya acá dejó de ser broma para ser hurto)
y eran tiempos en los que no existían celulares.
Si alguien intentaba
comunicarse con la familia, decían que él no vivía allí. Y se ocuparon de usar
el talento ¿familiar quizá? De la reproducción de firmas y con algunas mojadas
de mano, se apoderaron de sus bienes.
Posteriormente, colocaron un
obituario en un diario de la ciudad en el que decían textualmente estar
compungidos por la muerte de su hermano Alí Meléndez. Allí pensaron “consumatum est”.
La broma macabra (el subtítulo es necesario repetirlo)
Ya con todos los bienes
ganados con males, los hermanos se regodeaban en su crapulencia. Yo, compungido
por la muerte de mi amigo, proseguí con mi vida.
07 años después, iba a
cruzar la calle en una transitada avenida cuando de la nada apareció un
vehículo elegante que al bajar el vidrio, mostraba la figura rechoncha y
risueña de Alí Meléndez.
¡Se me reinició el equipo!,
casi se me desmantela el cuerpo del susto y el alma se me salía por los oídos,
hasta que una voz interna me equilibró con lo siguiente “entonces era mentira”.
Invitado por mi amigo, me
subí al lujoso carro. Me comentó lo mucho que le costó salir de Mérida en
ambulancia, una grúa de carros y en un bus que le pagó una señora que vendía
empanadas.
Que al llegar a Maracay,
encontró las resultas de la broma macabra de sus hermanos, para la cual estaba
preparado y con sendos documentos notariados escondidos en la casa de su
ahijada menor y por el detalle que “obituario
no es acta de defunción” y aparecía como que él había cedido sus bienes
pero faltaba la firma de su heredera universal (la ahijada que los hermanos no
conocían), pues la broma macabra se les regresó, y además de la compensación
económica y devolución de bienes, tenían que pagar cárcel.
Tres años después de ello,
Alí realmente murió, luego de rescatar lo suyo, dejar las herencias correctas y
más nunca hacer otra firma que no fuera la suya.
¡Ah!, y ese día que nos
vimos, fuimos a comer helados, por los viejos tiempos y para pasar el susto.
Las bromas son buenas cuando
los malos, pagan.
Argenis Serrano (Otroflojo Más)
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